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Viaje al mundo wichí – 3 – Matacos sucios

Escrito por el julio 21, 2017


Mataco sucio
Mataco hediondo
Vieja cochina
Eso escucha Claudia cuando camina por las calles de Ingeniero Juárez. Matacos es la manera despectiva de nombrarlos tras la conquista; la que muchos aprendimos en la escuela. En ese rincón de Formosa, la provincia con más población originaria del país, mujeres y varones wichí se tienen que aguantar cosas como estas todos los días. (Por La Retaguardia)

Eso, o aún peor, soportan que los baleen, como hacen los policías en algunas ocasiones. Todavía no habíamos podido procesar la indignación que sentíamos al ver a Santiago, con sus 19 añitos, tirado en la cama después de perder el ojo por una bala de goma policial disparada a poca distancia, cuando su mamá nos contó que a su marido también le habían hecho lo mismo el año anterior: “el papá de Santiago también no tiene ojo. Lo balearon. Se había ido a buscar leña. Cuando vino dijo que se paró en el asfalto y el alguacil le pegó ahí”.

El papá de Santiago también perdió un ojo por una bala policial

No nos atrevemos a hablar de casualidades, sería demasiado inocente pensar que a dos miembros de la misma familia les puede ocurrir lo mismo con idénticas consecuencias en tan solo un año. Claudia dice que es sistemático, aunque lo diga con sus palabras, haciendo un gran esfuerzo por hacerse entender en español mientras su hijo mayor le susurra frases en su lengua para que no se olvide de contar nada.
 “Después tengo un changuito que tiene bala, acá en el collar”, agrega esta mujer originaria, grandota y morocha, señalándose el cuello y haciendo gestos para que su hijo mayor nos mostrara la ropa que llevaba puesta otro de sus cinco hijos, el que aún conserva las balas de goma bajo su piel, porque su hermana no pudo quitárselas cuando lo auxilió.
Solemos decir que el Estado está ausente cuando vemos personas, familias y comunidades viviendo en esas condiciones, pero estos episodios sistemáticos dan cuenta de la presencia constante del Estado a través de su aparato represivo garantizando que los wichí sientan miedo cada día de su vida. “Acá la policía no nos respeta a nosotros. A mi no me gusta denunciar. No respetan a las mujeres y le hacen así el dedo (levanta su dedo medio imitando el gesto) y le tratan de todo. Nos tratan mataco sucio, mataco hediondo y a nosotros no nos gusta eso porque nosotros no molestamos a nadie. Nosotros queremos casa. No tenemos nada. Hay veces que mi hijo se va al retén de policía porque tienen que balear, lo tiene que balear el policía. Casi se muere, pero Dios es grande. Dios es grande. Yo quiero que nos respeten a nosotros la policía. No se puede pasar, ni salir para buscar leña ni para comprar carne, nada. Nos dicen mataco sucio, mataco hediondo, vieja cochina, todo te dicen. No sé, yo no puedo entender eso también. Nosotros somos cristianos”.
Claudia nació en el monte, y desde muy niña comenzó a trabajar. Luego se mudaron a Ingeniero Juárez –ciudad a la que la sabiduría popular nombra Ciudad Juárez- y desde hace diez años vive en el barrio 50 viviendas, desde que la comunidad wichi decidió, en 2007, tomar las casas que el instituto de la vivienda de Formosa había construido en sus tierras sin su consentimiento, para que fueran habitadas por familias criollas.
“Yo soy lavandera de todo el pueblo. Soy una mujer que le gusta trabajar de chiquitita: planchar, lavar, carpe, palear. Nosotros tenemos intendente, pero yo nunca le pedí algo al intendente. No, nada. Te tratan mal, patean, todo hacen. No sé, yo no tengo mamá y no tengo papá. Yo soy una mujer solita y tengo que trabajar para darle de comer a mis hijos”.
La voz de Claudia se quiebra y llora sin consuelo, parada junto al marco de la puerta de la habitación de la que su hijo no sale desde hace meses, porque apenas puede incorporarse de la cama. “Yo veo a mis hijos que están tirados, mi marido también que le sacaron el ojo”, insiste.
Como en el resto de las casas que visitamos, nos preguntamos cómo hacen para sobrevivir. Claudia ya no trabaja porque tiene una hernia que se lo impide. “Yo tengo pensión de $700. Con esito compro para comer”, explica casi con resignación.
Todas las personas que viven en esa casa están shockeadas todavía por los ataques que sufrieron y asustados por la presencia policial: “todas las noches caminan, caminan y caminan con caballos. Así se va a la esquina. Gritan. Los chicos se sientan. Hay veces que yo quiero salir y ahí gritan mujer y no nos respetan a nosotros. Salgo afuera y ya me chiflan. Me silban, todo hacen. No puedo pasar. No es lindo que hagan así con nosotros. No se puede vivir así. No sé cómo terminará.”.
Las comunidades wichí de Ingeniero Juárez están más desamparadas desde que Agustín Santillán está preso, por su solidaridad cotidiana que Claudia rescata: “Hay otro que está preso. Nada que ver con el problema que hacen. No tiene que estar preso. No es él. Lo culpan. Él es el cabecilla de toda la comunidad de nosotros. Trae alimentos, trae de todo. Ahora no hay nada, porque él no está. Se lo llevaron porque dicen que es él que hace, pero no, no es él. No sé por qué está preso. La policía no nos respeta a nosotros”.

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