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Viaje al mundo wichí – 6 – A 1500 kilómetros de la salud

Escrito por el agosto 9, 2017


Santiago Torres despertó y le costó saber si todavía estaba en un sueño. Tardó unos segundos en darse cuenta que no dormía en su cama, sino en un hotel del barrio porteño de Once y recordó que la ciudad lo abruma y le provoca dolor de cabeza. 1500 kilómetros lo separan de su casa en el Barrio 50 Viviendas en Ingeniero Juárez, Formosa. Hasta aquí llegó junto a su papá. Ambos recibirán la atención médica a la que no pudieron acceder en su ciudad. Los dos perdieron uno de sus ojos en diferentes hechos pero por el mismo motivo: disparos de bala de goma de la Policía, que practica tiro al pichón con los hermanos wichí. (Por La Retaguardia)

Así como a quienes lo entrevistamos nos impactó verlo tirado en su cama, desahuciado, muchas personas se sensibilizaron con las notas en la que contamos su historia y la de su padre. Una de ellas fue Félix Díaz, referente qom y presidente del Consejo Consultivo y Participativo Indígena. Díaz conoce la realidad de su provincia, obviamente no necesita de estas crónicas para enterarse de nada nuevo; pero, a veces, la visibilización sirve para mover algunas piezas. Unas semanas después de nuestro paso por la zona, el Consejo debía realizar una Asamblea en Ramón Lista, una localidad cercana a Ingeniero Juárez. De paso, una delegación de médicos de ese organismo visitó la casa de los Torres y constató la gravedad del asunto. Por eso decidieron garantizar su traslado y atención en Buenos Aires.

El viaje que debieron emprender Santiago y el papá desnuda su realidad cotidiana: no pueden accceder a la salud en su propio territorio.
El porqué es terrible.  Los wichí casi no van a los hospitales zonales porque los maltratan. No van allí ni a curarse ni a morirse.
Nuestra primera charla sobre la salud fue en una ronda de mujeres. Ellas fueron llegando, para contarnos, a pesar de lo intimidante de la cámara y el micrófono, las situaciones cotidianas en relación a la salud. Una madre nos habló de su hija que dio a luz en su casa y falleció después de haber ido varias veces al hospital, “como no la atendieron tuvo a su bebé en su casa”; otra muerte de una hija muy jovencita que tenía “parásitos y problemas de corazón”. Nos relataron intercambios con la policía camino al hospital. Aseguraron que conseguir turnos en el hospital es muy difícil, y el hospital resulta la única posibilidad poque en el barrio no hay una salita de atención primaria.
“Iba, iba, iba, no podía conseguir turno. Hay chicos que a veces están muy enfermos y no lo atienden bien en la guardia. Le ponen un calmante, saca turno, te dicen y turno es muy difícil, entonces el chico no llega y se deshidrata y muere”.

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“Un chico tenía mucho dolor de estómago, no se podía parar ni sentarse. Lo llevamos al hospital, le pusieron calmantes, y lo trajeron de vuelta. Como no se podía parar lo dejaron tirado en la ruta”. Nos muestran su foto, en el celular. Parece que tuvieran que demostrar que lo que dicen es cierto, y muchas veces lo hacen, porque tienen “pruebas” de las situaciones que cuentan, como esta vez.
“Cuando uno está enfermo ya nadie va a llamar una ambulancia, no te atienden como corresponde y no dan remedios. Si te dan la receta, ¿dónde vamos a conseguir plata para comprar?”

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Luego de visitar la casa de la familia de Agustín Santillán, nos acompañaron hasta otra vivienda del mismo Barrio Viejo. Allí nos están esperando, en la casa de Manuel, como en todos los lugares adonde fuimos. Matilde es una de las personas que están allí. No es wichí. La de Matilde y Manuel fue la primera interacción cariñosa que vimos entre wichí y personas criollas en nuestra estadía en Juárez; por cierto no hubo muchas más. “Soy mucama en el Hospital. Yo siempre dije y lo conversamos con los directivos y  mis compañeros, estamos mal en la salud. La salud está mal. Acá nos falta mucho. Ahora, por ejemplo, no estamos teniendo cirujanos, nos faltan médicos. Se están pidiendo a gritos, esa es la realidad. Eso tiene que entender el Gobierno provincial, nacional y todos. Lo primordial es la salud, la educación, la parte social y la vivienda. Es lo primordial”, aseguró tirándonos un primer pantallazo general. Además Matilde nos contó que, aun cuando el hospital de Juárez tiene tantas necesidades, reciben gente de otros pueblos donde la cosa está peor: “Hay una demanda grande. Es el hospital cabecera el que tenemos. Es una demanda grandísima.

El gobierno provincial niega la entrada a un camión sanitario
dispuesto por el gobierno nacional.

Viene gente del hospital (de El) Potrillo y me comenta, porque yo converso mucho con la gente aborigen; charlo en los pasillos o dónde ellos están lavando y me comentan que allá no hay nada y que les dicen que no hay medicamentos. Por eso los traen para acá. Acá tienen que ser derivados a Formosa (capital).
Hay salitas. Hay agentes sanitarios, pero no tienen la sala de primeros auxilios. No tienen sala”, sostuvo con tranquilidad y tristeza.
Contrariando lo que sostiene Matilde, el discurso oficial afirma que todo funciona bien con la atención de la salud en este lugar de Formosa. De hecho, en julio de este año rechazaron el envío de un camión sanitario que el gobierno nacional dispuso enviar a El Potrillo porque “resultaba innecesario” ya que, según ellos, tal como se puede leer en la nota cuya imagen reproducimos, esa localidad de 6000 habitantes “cuenta con un Hospital de Primer nivel de atención, 3 médicos, 2 odontólogos, 1 técnico radiólogo, 1 licenciada en obstetricia, 1 partera, 7 enfermeros universitarios y 7 con la beca de médicos comunitarios, 19 agentes sanitarios, y 2 ambulancias atendiendo las demandas de la población”.
Cada lector sabrá a quién creerle.

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Manuel es wichí. Quiere ser médico, nos dirá varias veces en la charla. Quiere poder estudiar. No es un pibe. Tendrá unos 40 años o más. Nunca le preguntamos cuántos. “Nosotros somos una comunidad muy grande. Somos mil habitantes entre chicos y grandes que no contamos con una sala. Nosotros como sea tenemos que molestar a otros barrios y por ahí no les gusta. Ellos también tienen su responsabilidad y su comunidad. Acá no tenemos enfermeros, no existen. No hay un centro de salud en condiciones. Obligadamente tenemos que ir a molestar a otras comunidades que tienen su centro, pero es para ellos nomás. Aunque ellos dicen que lo comparten con nosotros, pero en realidad no es así”, planteó. Manuel hizo un curso de agente sanitario que dictó el MIJD de Raúl Castells. Las organizaciones sociales suelen ser, en estos casos, quienes cumplen el rol que el Estado no quiere cumplir con cierta gente. No es un Estado ausente, sino que decide a quién le brinda el acceso a sus derechos y a quiénes no. Con esas personas que no, suelen estar las organizaciones sociales. Manuel se siente orgulloso de tener conocimientos de enfermería, aunque lo frustra la informalidad: “Soy el primero de muchos años, pero no pude ejercer un trabajo como un empleado. Más allá, con mi conocimiento yo igual atiendo a la gente. Estudié en la universidad, acá nomás, cerca. Esta gente nunca me pidió votos, pero ¿por qué esta gente tiene que darme una mano para que yo sea una persona preparada? Obligadamente tengo que estar preparado para poder volcar mi conocimiento hacia mis hermanos, mi mundo indígena. Por ahí, a uno le cuesta entender políticamente. Soy una persona que estoy luchando. Actualmente estoy haciendo una capacitación a través de ese anexo de universidad. Acá tengo un letrero. El dueño de esta universidad se llama Raúl Castells”, dijo señalando un cartel apoyado contra unas maderas, y que varias veces se nos vino encima por el viento cruzado que levantaba todo a su paso.
El lazo que une a Matilde y Manuel es fuerte. Ellos saben que es una amistad lamentablemente atípica en la zona. “Estamos pasando momentos críticos. Muy mal estamos. Entre los aborígenes y entre los criollos. Si usted entra por acá, al interior, estamos muy mal. Si yo hablo de esta zona sector sur, en las comunidades no conocen vivienda. Hay necesidad. En esta zona no existe centro de salud. No existe una escuela. Existe una escuela provincial, pero son de esas fundaciones. Entonces yo no puedo mentir. Yo no miento. Este es mi testimonio. Con ella siempre coincidimos”, remarcó Manuel, mientras la miraba con complicidad. Y siguió, porque quería seguir, porque necesitaba seguir hablando: “La salud es fundamental para que nosotros surjamos. Yo soy una persona que me preparo y voy a atender a todos por igual. Peronismo, radicales, lo que sea. Mi título me enseñó, mi facultad, para poder atender a todas las personas sin ninguna discriminación de persona. Yo estoy acá. Estoy bien. Gracias a Dios. Para mi era un dolor de cabeza al ver una confrontación. Yo no sé por qué razón, pero me doy cuenta que es por política. Aprovechan a la juventud. No dan un paso adelante a la juventud para que se capaciten. Acá no hay chicos profesionales. Acá no existen profesionales. Yo estoy luchando para que surjan profesionales. Yo quiero ser médico. Mis hermanos pueden ser ginecólogos, anestesistas. ¿Cómo no podemos avanzar? ¿Por qué el Gobierno no nos da esa posibilidad para que podamos estudiar? Yo ya pasé la universidad. Esta gente me dio una mano para que yo siga estudiando más allá de que tengo edad. Voy a seguir estudiando hasta lo último de mi vida. Quiero ser profesional como cualquiera de ustedes. Yo tengo esa posibilidad. Tengo esa visión de ser profesional para atender las necesidades de mi gente”.
El viento se convertía en tierra que enceguecía. Había que dar vuelta la cabeza y cerrar los ojos. Pero rápidamente nos ganaba la necesidad de volver a verlos. De escucharlos, pero además mirarlos. Matilde sabe que al estar allí, junto a los wichí, está haciendo una apuesta que no será bien vista para muchas otras personas. Pero se la banca. Va. Teje lazos. De igual a igual. No veremos otro cruce así de cariñoso entre criollos y wichí en el resto del viaje.
Por eso los Torres están en Buenos Aires.

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