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El Encuentro Nacional de Mujeres en primera persona

Escrito por el octubre 17, 2017


Dos integrantes de La Retaguardia fueron al Encuentro. Una de ellas asistió al taller de mujeres trabajadoras sexuales. Desde nuestra posición abolicionista, su idea fue escuchar argumentos de quienes creen que la prostitución debe ser reglamentada. También advirtió sobre algunas cuestiones logísticas que podrían ser constructivas hacia el próximo encuentro que se realizara en 2018 en Puerto Madryn, Chubut. (Texto de Rosaura Barletta y fotografías de Agustina Salinas para La Retaguardia)


“¡Hijas de puta! ¡Si quieren aborto legal, cuidensé!”, nos gritó un pibe desde una moto mientras se desarrollaba un taller en la vereda. En Bariloche, recuerdo, nos escandalizamos con justa razón porque un ultracatólico le pegó una piña en la cara a una compañera durante la marcha. Hoy por la tarde, cuando todo había terminado y sólo quedaban unas cuantas haciendo tiempo para sus vueltas, un grupo de motos rodearon la plaza 25 de Mayo para tirarles piedrazos.

“Yeguas”, nos dijo uno el domingo, también en moto, mientras cruzábamos la calle. Me hacen reír los insultos tan absurdos como yegua. Esos ataques tendrían otra identidad si la logística fuera diferente, pero son fugaces, rápidos, cobardes, y bajo ningún punto de vista son la expresión de un repudio generalizado de los habitantes de Resistencia. También eso es parte de lo que pasa en el Encuentro Nacional de Mujeres.

Las y los chaqueños, como en su momento fueron las y los misioneros, transitaron este fin de semana con asombro y emoción. “¿Qué es el pañuelo verde? ¿Son de Moyano?”, preguntó un kioskero confundido. El Encuentro tiene la riqueza, y el privilegio, de ese contacto cuerpo a cuerpo con quienes sólo reciben nuestro mensaje distorsionado a través de los medios hegemónicos, y la valiosa posibilidad de explicar nuestras razones sin intermediarios. Desde el balcón, una señora levantaba el puño y aplaudía al ritmo de la marcha que la interpeló: “Mujer, escucha: ¡Únete a la lucha!”. La movilización llega después de dos días de discusiones acaloradas y emocionantes, es decir que para ese momento se concentra toda nuestra pasión. Por eso las postales del Encuentro no se borran más. Por más dificultades que haya que sortear –innumerable cantidad-, las primerizas no salen de su conmoción y son fácilmente reconocibles. Se les nota en las lágrimas o en el parpadeo compulsivo que las detiene. En esa expresión obnubilada, de niñas, que no puede dejar de absorber escenas, fotos, instantes.


Por qué Resistencia es un sí

Resistencia es una ciudad verde y hermosa. Las arboledas, para quienes pasamos horas y horas en plazas o veredas, son fundamentales. La plaza 25 de Mayo, además de muchos, tiene esos árboles entrados en años que, por el tamaño del tronco y la copa, dan sombra y también brisas de aire fresco. Nuestra suerte es indescriptible, porque durante el sábado y el domingo la temperatura no superó los 25º, mientras que el lunes rondó los 30º y, el martes, cuando ya se fue la enorme mayoría, la máxima fue de 36º. No hubiéramos podido, sin dudas, sostener el ritmo de nuestras actividades con un clima tan hostil. Resistencia es, también, una ciudad relativamente grande. Hay una enorme cantidad de colectivos que recorren el interior de la Capital y que tienen, aparentemente, buena frecuencia y accesibilidad. Se viaja con la SUBE, como en gran parte del país.

Lo que falló

Aún con todas las comodidades de que dispone, la gran cantidad de escuelas y sedes de la universidad, el verde y las plazas, Resistencia colapsó, al menos en unos cuantos aspectos. El primero y más frecuente tiene que ver con los baños, que no es menor, mucho menos si vas con niñas o niños que enfrentan varias urgencias a diario. La decena, o más, de baños químicos que estuvieron todo el fin de semana en la plaza 25 de Mayo, a las 24 horas del comienzo del Encuentro no sólo no podían usarse, sino que acercarse a unos cuantos metros era nauseabundo. Claro que el “no podían” era relativo si eran lo único que había. Lo mismo pasó en las escuelas en las que estuve. No es un problema menor.

En otro sentido, la ciudad se vio desbordada en materia de alojamientos, y por eso una gran cantidad de mujeres paró en Corrientes, del otro lado del puente que separa las provincias, a unos 15 kilómetros de Resistencia. Recorrer ese tramo breve (no más de 30 minutos) y en buen estado fue caótico en exceso. Chaqueños y chaqueñas viajan a diario a Corrientes y viceversa, a ver parientes, trabajar, pasear, etcétera. Hay varias empresas de colectivos que hacen el recorrido Chaco-Corrientes pero, como hay un problema económico y de monopolios de transporte, para viajar en el Chaco-Corrientes –así se llama-, no se puede usar SUBE. Las empresas de tienen para sí una hora de cada día en la que el recorrido es suyo, y cada una tiene una tarjeta diferente. Fue difícil entender este sistema pero, cuando le encontramos el sentido, nos dimos cuenta de que no podíamos comprar una tarjeta por cada línea y tener cada una cargada con los cinco boletos que necesitábamos: sólo íbamos a hacer dos veces ese viaje y perderíamos el resto del dinero. El primer día, además, las calles cortadas desviaban el recorrido del colectivo sin criterio unificado y eso nos llevó a esperarlo, por indicación de agentes de tránsito que parecían estar seguros, dos horas en una esquina por la que nunca pasó.

La opción B era tomar un cochecito, así se llama en Laferrere el remís con recorrido específico que lleva a varios pasajeros con una tarifa única por cada uno y más barata que la de un remís tradicional. Salía de Resistencia y cobraba a cada pasajero 35 pesos para cruzar el puente que iba hacia Corrientes. Este servicio tenía una demora de más de dos horas y ofrecía una trampa: a quienes estaban dispuestas a pagar 100 pesos cada una o un precio similar, se les daba cierta prioridad y no superaban la hora de espera. Nosotras, luego de hacer la fila para tomar el remís de 35 pesos, corroborar que había demora de más de dos horas (y al ser cinco tendríamos que tomar dos), preguntar a agentes de tránsito, kioskeros y cuanto chaqueño encontráramos, hacer la fila para tomar el colectivo sin tener ninguna de las posibles tarjetas pero seguras de que nadie nos impediría subir, esperarlo cerca dos horas, volver a tomar el remís, ponernos de acuerdo con tres chicas que estaban cerca del final de la espera para que una de nosotras viajara con ellas y las otras cuatro en un taxi de ‘prioridad’ que nos cobró 360 pesos, llegamos el sábado luego de la primera jornada del Encuentro a nuestro alojamiento en Corrientes cerca de las 12 de la noche, luego de intentarlo desde antes de las 21. Al día siguiente los talleres comenzaban a las 9 de la mañana y, para asegurarnos de llegar si nos pasaba otra vez lo mismo, teníamos que salir a las 6. Salimos a las 8, y lo que tenga que ser, que sea. Compramos una de las tarjetas, pero vinieron tres colectivos que requerían otra y logramos subir al último gracias a que una chaqueña nos pagó los pasajes a cambio de la tarjeta que ya teníamos cargada. Más allá de lo engorroso de la espera y la confusión luego de más de 17 horas de viaje, o de un día entero de caminata por toda la ciudad, estas dificultades para moverse también implicaron para muchas perderse gran parte de las actividades del Encuentro o dormir muchísimo menos de lo necesario para poder estar plenamente activas luego. Esto no sucede todos los años y no es algo que no pueda planificarse.

El taller de Trabajo Sexual

A pesar de que un imprevisto accidente en la ruta a la altura de San Nicolás nos demoró 5 horas el viaje de ida y que eso nos impidió participar de los talleres de la primera jornada, el domingo quise ir, con una de mis compañeras, al taller de Mujeres Trabajadoras Sexuales. Ambas tenemos una posición abolicionista de la prostitución, pero no fuimos con intención de participar en el taller para explicitarla ni provocar una contienda innecesaria, por eso sólo observamos. El feminismo tiene hacia adentro una fuerte disputa que resolver, o no, relacionada con la concepción de la prostitución.

El abolicionismo considera que la prostitución y la explotación sexual son realidades que se suscitan en un contexto de violencia, pobreza y marginación, y que la sexualidad de las mujeres no puede funcionar, desde una perspectiva feminista, como una mercancía. Eso no implica prohibicionismo, es decir, el abolicionismo con el que comulgo busca el respeto por los derechos humanos de las mujeres en situación de prostitución, el cese del proxenetismo, la explotación sexual, la persecución policial, y la tendencia a la abolición de la prostitución desde una perspectiva no represiva ni de prohibición de la práctica.

⏩El regulacionismo plantea la regulación de la prostitución como cualquier trabajo, los chequeos médicos periódicos y la vacuna contra el HPV volcados en una libreta sanitaria, un régimen de jubilaciones y pensiones, la posibilidad de facturar como trabajo autónomo a la prostitución, entre otras reivindicaciones. Lo no explicitado, o explicitado de forma ambigua, es lo relativo al rol del proxeneta, de quien explota la prostitución ajena, que hoy está penado por ley.

Lo que queríamos en el taller, al menos yo, era sacar conclusiones acerca del discurso regulacionista, sus porqué, las causas del consenso y disenso que provoca y un buen análisis del sentido que le encuentran las compañeras que se ven interpeladas y adhieren a la regulación de la prostitución como un trabajo y a la conformación de una industria legalizada del sexo (que incluiría prostitución y pornografía) como cualquier otra industria. La intención no es ofender a ninguna compañera que no coincida con el abolicionismo, pero no descarto que eso suceda en el curso de estas líneas, y no podría decir otra cosa que lo que pienso.

El tercer y último tramo del taller se desarrolló en la vereda y había en él unas 100 compañeras. Nobleza obliga, la última jornada en los talleres del ENM siempre implica una merma, así que con seguridad el sábado fueron muchas más. Cuando llegamos, tenía el megáfono Georgina Orellano –situación que se repitió durante la mayor parte del tiempo- y se estaban repasando las conclusiones. Sólo hubo una intervención contra la regulación del trabajo sexual que hizo una chica junto a unas 6 o 7 compañeras y, al ver que no había lugar para ellas y también, hay que decirlo, sin intenciones de dar una discusión más profunda, se fueron. Plantearon la idea del cuerpo como mercancía, los riesgos que corren las mujeres en situación de prostitución y la necesidad de exigir trabajo digno para que ninguna compañera deba prostituirse como destino obligatorio. Respondió Georgina con el megáfono, como a cada una de las intervenciones no condescendientes, y algunas integrantes del taller a la vez, sin megáfono. Por un lado, respondió que el taller llevaba dos días discutiendo y que quienes trajeron esta posición deberían haber participado en las otras instancias. Es parcialmente cierto: para que la discusión no sea estéril, es bueno participar de principio a fin, por eso también es que nosotras decidimos no intervenir. Sin embargo, no tiene asidero si pensamos en la dinámica del ENM: nadie tiene que tener un carnet de asistencia para poder formar parte de una discusión, plantear sus consideraciones y disidencias. Si no, estaríamos todas complicadas, porque en mi caso jamás asistí dos veces al mismo taller, siempre con la idea de enriquecerme todo lo posible en el corto tiempo que dura un ENM, y ninguna de nosotras está obligada a hacerlo. En medio del griterío rescaté los puntos básicos que se esgrimen para refutar los planteos del abolicionismo: la idea, acertada, de que el cuerpo es mercancía en cualquier trabajo; la idea de que en cualquier trabajo se corren riesgos y que la prostitución puede ser un trabajo digno. Hay una cuestión de escalas que no se contempla en este sentido. Claro que las afirmaciones son correctas pero, en última instancia, quienes luchamos contra el capitalismo luchamos también por que ningún trabajo implique poner a nuestro cuerpo como mercancía. No sólo la prostitución. Tampoco se contempla que en nuestro mundo, las mujeres somos sistemáticamente violadas, y que alguien pague por ejercer poder sexual sobre nuestro cuerpo no es nunca lo mismo que estar en un bar o una oficina, aunque esos trabajos puedan ser hostiles o precarios. No se contempla que, excepto en los circuitos de prostitución vip y hasta ahí (varias denuncias prueban que en este mundo tampoco hay libertad para todas), las mujeres que ejercen la prostitución y salen de ella hablan de infierno sin igual, y relatan escenas en las que todo el tiempo entraron y salieron de situaciones de trata (Sonia Sánchez, Alika Kinan, Delia Escudilla). No se contempla que en nuestro país la prostitución no es un delito, y que los derechos para las putas no deberían requerir la sanción de una ley sino el cese de una persecución patriarcal y económica a quienes quieren ejercerla de forma autónoma.

Hay un discurso ambiguo en el que se exige el cese de la persecución estatal a las putas pero no se habla de proxenetas (en la hora y media que presenciamos el taller no se mencionó la palabra) y se exige la regulación del trabajo sexual “como cualquier otro”, lo que encubre –porque nunca se dice explícitamente- que una industria del sexo legalizaría el rol de quien explota la prostitución ajena y se enriquece a costa de ella, que es lo que hoy está prohibido. Aunque en algunos casos se pone todo al mismo nivel, en el discurso regulacionista se niega sistemáticamente la relación estrecha e intrínseca que la trata de mujeres para la explotación sexual tiene con los circuitos prostituyentes y con el ingreso a la prostitución que, aunque se dé por medio de captaciones en las que no hay secuestro sino persuasión, doblega la voluntad de cientos de miles de mujeres en tanto el negocio no es de ellas. En este punto me detengo para repensar el vínculo entre trata y prostitución: no son lo mismo, pero están relacionadas. Los circuitos prostituyentes muchas veces arrastran a las mujeres a situaciones de trata y eso debe dejar de negarse, pero asociarlos exclusivamente con ese delito es también no discutir la prostitución. Pensar que la prostitución es ‘mala’ o ‘buena’ en sí misma, despojarla del contexto y de las vivencias realmente representativas de las putas, es un error. La prostitución no es una cosa u otra, pero no se ejerce libremente en el mundo en que vivimos, por eso la ejercen mayoritariamente las mujeres y travestis, mayoritariamente pobres, mayoritariamente regenteadas por un proxeneta que tiene el aval de policías y funcionarios, y es consumida mayoritariamente por varones. Si el planteo no incluye la denuncia al proxenetismo, le falta el centro de la cuestión, y si no es empuñado por mujeres y travestis en situación de prostitución cuyas condiciones son las peores y las realmente representativas, también es, como mínimo, incompleto.

Hay otro concepto que rodea la ambigüedad del discurso regulacionista, y es una idea implícita o explícita de acuerdo al contexto y consenso que pueda generar. Es un planteo que da mucho resultado, porque cala hondo: las abolicionistas, las que nos oponemos a que mujeres y travestis tengan que prostituirse para subsistir, las que nos oponemos a que un proxeneta y el Estado lucren con nuestros cuerpos, las que pensamos que nunca en este sistema pagar a cambio del poder sexual sobre una compañera puede considerarse un trabajo digno para ella, somos yuta, monjas, frígidas y reprimidas que no sabemos coger, que desconocemos el goce, que pensamos que la penetración es la única forma de disfrutar del sexo –Georgina Orellano se refirió a esto cuando planteó que debemos despojarnos de nuestros ‘prejuicios’ y de la influencia religiosa para dar esta discusión, realmente no entendí si lo que expresó sobre la penetración venía o no al caso-; las abolicionistas no entendemos dónde está el placer de las putas o somos mojigatas escandalizadas con el libre ejercicio de la sexualidad de nuestras compañeras ¿Por qué cala hondo ese discurso? Porque en el taller que presenciamos, las asistentes rondaban la franja de los 18 a 25 años, porque no saber coger para este sistema es sinónimo de fracaso y no sólo eso: también provoca resentimiento y envidia contra las que sí saben. Al imaginario social que alimenta a diario este estigma (si no cogés o no sabés coger, sos una fracasada) se le suma un nuevo concepto que nos empuja a salir de la incomodidad del fracaso para ser libres: las putas gozan como nadie, saben coger, disfrutan de cobrar, se comen la esquina (como dijo Sonia que muchas veces se hizo creer a sí misma) y no tienen prejuicios. Chicas de entre 18 y 25 años tienen que suscribir a este A+B=C porque, de lo contrario, serán depositarias de ese fracaso del que huyen. También se habló de la posibilidad de una ‘Escuela Popular de Putas’ para hablar del goce y el placer, aunque se advirtió el riesgo que esto implica por los alcances actuales de la ley de trata. “Bueno, compañeras, esta vez fue gratis, no les cobramos nada”, ironizó Georgina en el cierre.

La marcha

No haber podido participar de las actividades del sábado nos dificultó dimensionar la cantidad de asistentes al ENM, porque los talleres siempre son más nutridos el primer día y la cantidad de comisiones que se desdoblan en cada uno es una pauta para comprender cuán masivo es el evento. Por eso, nos pudimos acercar a esa idea cuando comenzó la concentración en una plazoleta con rotonda, lo que también permitió ver más fácilmente hacia los cuatro lados el largo de las columnas. La marcha concentra todo lo que durante las jornadas de taller está dividido en pequeños núcleos de discusión, y concentra también lo que cada uno de esos núcleos acumuló a lo largo de dos días intensos. La marcha concentra la diversidad de organizaciones y corrientes políticas, pero también la diversidad de identidades de las asistentes y de los pobladores de la ciudad. Por eso la respuesta fue variada al clásico “Mujer, escucha: ¡Únete a la lucha!”, empuñado en cada momento en que alguna se asomaba a la ventana o el balcón a observar el fenómeno de miles. Algunas aplaudían, otras miraban sorprendidas, otras con desprecio o incomodidad, pero seguro que hoy todavía se están haciendo preguntas sobre esa horda de miles que pasó por su ciudad. Mujeres en tetas o vestidas, lesbianas, heterosexuales, travestis o trans, marea de pañuelos verdes, artísticas creativas, panzas grandes o mínimas pintadas con flores, bocas gritando, o consignas sobre el cuerpo.

Una de las exigencias fue, por supuesto, la libertad a Milagro Sala. Cánticos para donde se mire, hasta superpuestos o a destiempo. Lo que el movimiento feminista en nuestro país explota en cada encuentro de mujeres es su capacidad creativa, su crecimiento escalonado, su potencia para transformar el mundo, única en el mundo. Esa potencia radica, entre otros factores, en la necesidad que las mujeres, lesbianas, travestis y trans encontramos en dar esta lucha de pie. No sería posible, con la opresión terrible que sufrimos a diario, que diéramos esta pelea doblegadas por el dolor. Estar de pie es también reivindicar que no estamos solas y nunca vamos a estarlo, por eso el Encuentro es, sobre todas las cosas, fraternal y solidario. Las estatuas con el pañuelo verde son una parte del hecho indiscutible de que no hay ámbito de la vida que nuestro movimiento deje afuera a la hora de interpelar. El eco que los medios hegemónicos hacen de este evento es inversamente proporcional a lo que el evento en sí provoca. No podría arriesgar un número, mucho menos con tantas teorías disímiles con respecto a la cantidad de asistentes, pero puedo asegurar que, como en cada Encuentro, los ojos no alcanzaron para divisar el principio ni el final de la movilización. Como siempre, la Comisión Organizadora y quienes suscriben a la convocatoria oficial, no pasaron por la catedral. Otro grupo, sí. Esta vez pudieron sortearse, no sin dificultades, los augurios de represión e ‘incidentes’ y por eso los medios que sólo hablan de esos sucesos tuvieron que reducirlos a ‘quemaron un tacho de basura’. Acción que siempre es respondida de forma violenta y desmedida por las Fuerzas de Seguridad. Nobleza obliga, un reconocimiento a Silvia Martínez Cassina, que en el noticiero del 13, al finalizar ese informe excesivamente recortado, dio cuenta de lo que sucede cada año en el Encuentro Nacional de Mujeres, de los más de setenta talleres de debate y habló del aborto legal como consigna aglutinadora.  “A ver, Mauricio / A ver si nos entendemos / Las mujeres nos morimos / Por abortos clandestinos / Salimos a la calle, salimos a luchar / Por aborto libre, seguro y legal”.

La nueva sede

Es cierto que un sector importante de las asistentes cada año al Encuentro, plantea la necesidad de que se realice en Buenos Aires. Esa consigna tiene que ver con la idea de que un evento de esas dimensiones y con tanta potencia significaría un enorme paso político y mediático si sucediera en el centro del poder y que, además, la Ciudad tiene una infraestructura que ninguna otra. Aunque suscribo a ese planteo, porque creo que un Encuentro Nacional de Mujeres en Capital no anula desde ningún punto de vista su carácter federal, y porque quiero ver a una marea de mujeres de todo el país exigiendo aborto legal en la Plaza de Mayo, y porque detallé las complicaciones que tuvo a mí criterio la elección de Resistencia, no podría estar en contra, aún si hubiera preferido otra cosa, de que en 2018 vayamos a Chubut. Entiendo que la decisión de que sea en Puerto Madryn y no en Esquel está ligada a los cientos de kilómetros entre una ciudad y otra que son realmente una enorme diferencia para quienes van desde otros puntos del país. Las razones de esta nueva sede son, por supuesto, el conflicto de tierras que viven allí nuestros pueblos indígenas y la todavía impune y gravísima desaparición de Santiago Maldonado. Su aparición con vida fue parte de las conclusiones de casi la totalidad de los talleres, y el reclamo estuvo presente en cada columna que asistió a la marcha, porque la participación de las mujeres, lesbianas, travestis y trans en cada Encuentro Nacional nunca, jamás, se redujo a nuestras reivindicaciones específicas, sino a las de toda la clase trabajadora. Por esa razón, el movimiento irá a Chubut en 2018 con la certeza de que Santiago Maldonado es víctima de una desaparición forzada y de que el gobierno de Mauricio Macri es cómplice y encubridor.

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