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Juicio Contraofensiva -Día 13- El peso del silencio

Escrito por el julio 10, 2019


Está claro que la declaración de Pablo Verna, el hijo del genocida Julio Verna, fue histórica. En casi noventa minutos, relató los diálogos que tanto él como otras familiares tuvieron con el médico militar, que participó de los vuelos de la muerte y está libre. El debate previo a su testimonio, que terminó con un fallo dividido del tribunal en favor de tomarle su declaración, también resultó enriquecedor en el camino hacia que otras hijas e hijos de genocidas puedan aportar la información que tienen. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) 

Foto de portada: Pablo Verna durante su declaración testimonial (Luis Angió/DDJ)

Pablo Verna ingresa a la sala de audiencias por una puerta no habitual para quienes son testigos. No pasa entre la gente, sino por el pasillo que queda libre entre el estrado de los jueces y la fila que, del otro lado, tiene a los defensores en una parte, y a la fiscal y los abogados querellantes del otro. Deja sus anteojos sobre la mesa para poder quitarse el cuellito de tela que protege especialmente su garganta; nada de quedarse sin voz justo hoy. Se vuelve a poner los lentes y se quita el camperón de paño gris oscuro. Lo va a colgar en la silla, pero se lo pasa a una mano que se estira desde el público, que es la de su compañera, la cantautora Mariela Milstein. Pablo deja una mochila en el piso antes de tomar asiento para disponerse a declarar; a través del cierre entreabierto, se escapa el silencio. “La imposición de guardar silencio implica una complicidad que, por supuesto, no es jurídica pero que sí es emocional. Yo, particularmente, no la pude ni la puedo tolerar”, había expresado algunas horas antes en charla con El Diario del Juicio. Ahora ese silencio perderá su peso en la mochila sobre el piso, y se transformará en palabras dolorosas pero cargadas de alivio. Pablo Verna está por declarar.
Hay dos cuestiones que saltan a la vista y le dan contenido también a su testimonio. La primera es que su declaración no comenzó precisamente ahora, que está por hablar, sino que arrancó hace minutos, con un debate entre las partes. La segunda es que no declaró él, individualmente, aunque así haya sido para la justicia.

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El presidente del tribunal confirma que Verna podrá declarar.

El debate previo

El defensor oficial, Lisandro Sevillano, toma la palabra. Todas las personas que estamos allí sabemos lo que va a decir. Intentará que el tribunal impida el testimonio de Verna. “En lo que circula en los medios de internet, se sabe que su declaración será en contra de su progenitor Julio Verna. Lo que lo coloca dentro del artículo 242 del Código Penal. Ese artículo no es un capricho del legislador, sino que es la garantía de una protección fundamental en el Estado argentino, que es la protección de la familia”. Por un instante, no se entiende bien si es un debate sobre el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, o está argumentando sobre la posible declaración de Verna. Los argumentos parecen similares. Lo primero es la familia, pase lo que pase allí adentro. Lo apoyaron los dos defensores privados sin aportar demasiado.
Del otro lado, la fiscal Gabriela Sosti, y los abogados querellantes Pablo Llonto, Ciro Annicchiarico y Maximiliano Chichizola, los enfrentarán con sólidos argumentos y unos pocos antecedentes. Sosti se opone apuntando que el padre de Verna no está imputado en esta causa, por lo que Pablo no va a declarar contra su padre, y también muestra cierta ironía cuando se refiere a la familia: “¿a qué familia quiere proteger la defensa?”, se pregunta. “Muchos de los hijos de estos padres no es que los han confrontado, como dice la defensa, sino que se han encontrado con una verdad de su historia que los ha puesto en el dilema ético: asumir esta historia, cargando con la responsabilidad ética de lo que cometieron sus padres; o no. Ser sujetos libres, dignos para su humanidad y asumir esta historia desde otra perspectiva”, define.
Luego de Sosti, aparece en escena Pablo Llonto. Una frondosa cabellera grisácea cae sobre su saco. Su actitud durante el juicio es siempre la misma: teclea sin descanso sobre su computadora portátil. Mezcla con habilidad sus tres condiciones distintivas: abogado, periodista y militante. En este juicio, su rol no es tan protagónico durante las audiencias, como sí lo fue en La Tablada o en otros tramos de Campo de Mayo, por citar sólo algunos de los juicios por violaciones a los derechos humanos en los que participó. Ese espacio lo ocupa esta vez la fiscal Gabriela Sosti. Pero su acción como abogado de la querella es fundamental durante todos los días de la semana. Escucha a las familias. Piensa estrategias. Lo acompaña habitualmente Ernesto Coco Lombardi, ausente por algún problema de salud que no podrá hacer que se despegue del todo de esta causa. Llonto habla siempre a la distancia justa del micrófono (oficio de periodista). Suelta un alegato contundente; es difícil no escucharlo con atención completa: “Con todo respeto al tribunal, quiero señalar que ha llegado el momento para la justicia argentina de resolver el caso Verna. Y este caso pasa a tener una importancia histórica en los juicios por delitos de lesa humanidad. Lo que se resuelva hoy aquí, para permitir o no que el hijo de un genocida declare, marcará de aquí en adelante el camino en una enorme cantidad de juicios en la Argentina. Lo explicado por el defensor, cuando dijo ‘Uh, me olvidé de algo’, que era remarcar que Pablo Verna integra un colectivo que ha tenido enorme repercusión en los medios desde el fallo de la Corte contra el genocida Muiña. Desde entonces se conforma este organismo de familiares de genocidas que repudian el genocidio y la actitud de sus padres, hermanos, abuelos, tíos, ex esposos, y que hoy están presentes. Hoy aquí, entre el público, hay una gran cantidad de familiares de genocidas que vienen a escuchar lo que se resuelva por la importancia que tiene la decisión que van a tomar ustedes. Esa decisión va a contemplar dos cosas: el interés de una familia, que fue la razón sobre la que existe el artículo 242. El otro interés es el de la humanidad”, dice Llonto. Y su voz se eleva para subrayar su argumentación. “Sobre estos dos valores nosotros venimos a decir acá que estamos a favor de que declare Verna, porque viene a declarar como integrante de la humanidad. Porque los hechos que se están relatando aquí, es como 9 imputados, entre los cuáles no está el padre de Verna, violaron de la manera más grosera los derechos humanos para el mundo, no para la Argentina nada más. Por eso la valoración que tienen que hacer ustedes no será nacional, será internacional. Y porque además acá se va a decidir la suerte de todos los hijos y sobre todo hijas de genocidas que quieren declarar en los juicios de lesa humanidad para contar lo que saben que hicieron sus padres. Esa decisión tiene que ver con la dignidad humana. Verna no va a declarar contra ninguno de los imputados; Verna va a contar todo lo que supo, de boca de su padre, relacionado con las víctimas de este juicio. Una decisión en contra de su declaración le hará sufrir tres cosas: los delitos cometidos por su padre y por los imputados de este juicio; lo va a obligar a traicionar su conciencia, la de alguien que viene aquí a ayudar en los juicios por delitos de lesa humanidad, no a obstaculizarlos; y lo va a forzar a Verna a tolerar que el Estado lo expulse de la dignidad de venir a contar una verdad, y si el Estado argentino toma esa decisión, Verna va a sentir que el Estado le dice que no a contar qué ocurrió de verdad en la Argentina”. Llonto se pone rojo. A través de su cuello casi se ve cómo sus cuerdas vocales se tensan. “Por eso, señores jueces, la querella rescata la actitud de Verna. La querella estuvo a su lado en cada paso que dio. Acompañó la presentación de Verna e Historias desobedientes para que se modifique ese artículo, para que los hijos de genocidas puedan hacer aportes no a la memoria o a la verdad solamente, sino fundamentalmente a la justicia”. No hay aplausos, pero un rumor recorre la sala: “qué bien que estuvo”, se oye por lo bajo, entre varias voces superpuestas. Tanto Annicchiarico, el representante de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación que tomó la primera declaración oficial de Verna, como Chichizola, que representa a la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires, respaldaron el pedido de la fiscalía y la querella privada. Cuarto intermedio de media hora para que el tribunal resuelva. Mientras Verna espera en una fría habitación, en el piso superior, casi encima de su cabeza, los tres jueces intentan ponerse de acuerdo. La situación es tan compleja que no lo conseguirán.

Pablo Llonto se lució en la argumentación de por qué Verna debía declarar. (Foto: Fabiana Montengro/DDJ)

“El primer punto que tengo que mencionar es que ha sido muy enriquecedor y muy grato el nivel de debate entre los técnicos en cuanto a lo que pusieron cada una de las partes”. Ha pasado media hora. El que habla es Esteban Rodríguez Eggers, el presidente del Tribunal Oral Federal en lo Criminal Nº4 de San Martín. Siempre vestido con elegancia, una corbata verde brillante sobresale hoy sobre el chaleco sin mangas abotonado. “Ya vamos adelantando la resolución del tribunal que fue por mayoría y es que el (artículo) 242 lo que reconoce en su taxatividad es que no puede declarar el testigo en contra del imputado si tuviera un vínculo con él. Ahora bien, no puede declarar en contra, lo cual no quiere decir que no pueda declarar. Si fuera que no puede declarar no podrían existir los testigos de concepto en los juicios comunes. Ya encaminándonos a lo dispuesto por la mayoría, entendemos que nosotros debemos acotar la interpretación puntual del caso que se plantea a esta causa; es decir, al universo que nos plantea el requerimiento de elevación a juicio en el cual nos delimita quiénes son los imputados, y el señor Verna no es imputado en la causa, ni siquiera cabe incorporarlo a través de las previsión del artículo 72, esto ya fue analizado. Con lo cual vamos a hacer lugar a la declaración testimonial de Verna en los votos del director Mancini y el mío, el doctor de Korvez les va a exponer su posición”, anuncia Rodríguez Eggers.

El juez de Korvez lee su voto en disidencia. Para él, Verna no debió haber declarado. (Foto: Fabiana Montengro/DDJ)

El juez Alejandro de Korvez es el mayor de los tres jueces. Es notoria la diferencia de estilos entre Rodríguez Eggers y Mancini, mucho menos distantes en el trato con las partes, con la formalidad que encarna de Korvez. Hasta aquí era la única diferencia advertida. El matiz se hace explícito tras el anuncio del presidente del Tribunal. De Korvez, peinado prolijo hacia el costado. siempre bien respaldado en el sillón abrazador, viene superando algunos problemas en sus ojos. Se lo puede ver cada tanto arrojarse un par de gotitas en medio de las audiencias, que incluso algunas veces han tenido que finalizar más temprano para que pudiera ir a atenderse. Levanta un papel del escritorio, se coloca un par de anteojos y lee rápidamente su posición. “El acuerdo de mis colegas de acuerdo a tomarle declaración testimonial a Pablo Verna en la presente audiencia hace de mi postura una mera postura doctrinaria. Y más allá de la plausible reforma promovida por el colectivo histórico de sobrevivientes del artículo 242 del Código procesal penal para los delitos de gravedad como los aquí sometidos a juzgamiento, a mi modesto entender, el juego armónico de los artículos 72, 178 y 242 actuales lo impiden. Y tomo muy en cuenta las consecuencias de dicha declaración pueden acarrear para el padre del que declara”. Fin de la historia hasta aquí. Pablo Verna ingresa a la sala. Ha llegado ese momento que tanto esperó.

***

Pablo Verna está listo para comenzar.

—Gracias señor presidente. Buenas tardes Pablo —arranca la fiscal Sosti, como cada vez—. De las constancias obrantes en la causa yo tengo presente que vos habías tenido en diversas conversaciones con tu padre en relación a la función que él había cumplido en Campo de Mayo. Puntualmente te voy a pedir que nos relates esas conversaciones: cuándo, cuántas fueron, y en ese contexto de la charla si aparece alguna referencia puntual sobre situaciones particulares, te pediría que nos relates lo contextual de esas charlas para poder preguntarte puntualmente.
—Bueno, mi padre fue médico militar, llegó a tener el grado de capitán. Estuvo designado en Campo de Mayo, aproximadamente del 78 al 81 o 83, en ese período de esos años fue que se retiró. Su nombre es Julio Alejandro Verna. Para contestarle le voy a pedir permiso al señor presidente de tener una pequeña guia —Eggers asiente con un movimiento de cabeza—. Lo que tengo para contar respecto de lo que se conoce como Contraofensiva, año 79/80, principalmente sobre una charla que tuve con mi padre a mediados del mes de junio del año 2013, en el Hotel Pizarro, en el barrio de Villa Luro. En esa charla yo le manifesté después de una cantidad de conversaciones y cosas que escuché a lo largo de los años, en esta charla yo le comenté ese secreto que descubrió mi madre, que dejó de ocultarlo, que es la participación de él en la represión de esos años. Mi madre contó que había participado en los vuelos de la muerte, inyectando a las personas que luego eran arrojadas al mar, en los secuestros con un nivel de detalle que a medida que avance con mi relato se lo voy a explicar.
—Su madre se lo cuenta a usted?
—La secuencia es muy compleja, por eso yo primero quería referir a lo que él me admitió en esa charla de 2013 y después le puedo contar cómo fue toda la secuencia que llevó a que mi madre hable. Ella primero habla con otro familiar, me lo cuentan a mí, yo vuelvo a hablar con mi madre, una cosa compleja y que tuvo sus razones de por qué ocurrió todo eso.
La cuestión que cuando yo le comento en esa charla qué es lo que me dijo mi madre y le pregunté una vez más que me diga él por qué, o qué sentía, o qué razones, que me cuente él respecto de eso, primero empezó negándolo “Te lo habrá dicho tu madre porque está muy enojada o porque está con mucha bronca”. Después empezó a decir “Bueno, ya tenés, ahí te lo dijo tu madre, yo lo niego, quedate con lo que te dijo tu madre”. Y yo tenía una necesidad de conocer la verdad sobre en qué hechos había participado mi padre.

Verna escucha las preguntas de la fiscal Gabriela Sosti. (Foto: Luis Angió/DDJ)

Aquel encuentro

La noche en el barrio de Villa Luro estaba fría. Junio pisaba la mitad de su turno durante 2013. Cerca de las 21 horas, Pablo Verna dudó por última vez frente a la puerta del Hotel Pizarro. Las banderas de una veintena de países se movían de aquí para allá por el viento, por encima del alto ventanal vidriado del frente. Ya otras veces había sentido ese tipo de dudas. Si bien su convicción de saber la verdad estuvo siempre intacta, era el momento de enfrentarlo a él y que esa verdad dolorosa saliera ni más ni menos que de su propia boca. Dejó pasar un colectivo 113, se arengó a sí mismo, y cruzó la calle del barrio que le da nombre al hotel de dos estrellas en el que su padre estaba viviendo después de que su madre tomara un primer impulso liberador. Traspuso la puerta y se sentó en una de las mesas del bar de la planta baja en la que su padre ya lo estaba esperando.
Hace casi el mismo frío, pero ahora no está en un bar. Está en un juicio oral y público. Le sirven apenas un vaso con agua. Y lejos de aquella duda antes de cruzar la calle, lo abraza la certeza de contar qué le dijo su padre genocida aquella noche. Verna tiene un pulóver azul. Se nota que comienza a tranquilizarse en la medida que corre el tiempo. “En un momento me empieza a comentar que bueno, que sí, que él vio gente que, después de dar algunas vueltas con los ojos tapados, la soltaron por ahí. Que lo vio a Mendizábal internado en la terapia intensiva, que lo querían salvar para sacarle información, que estaba ahí porque había recibido un balazo en el hombro y la bala se le había alojado en el pulmón. También vio embarazadas que las llevaban esposadas a tener cesárea en el hospital. Estaba a cargo de ese área el que él denominaba el alemán Lederer (Ricardo, que se suicidó en agosto de 2012. Su hija Erika también lo denunció públicamente), que estas mujeres que estaban en esa situación querían quedar embarazadas, que a él le sorprendió mucho cómo se enamoraban de su captor y cómo buscaban quedar embarazadas y que esa búsqueda era porque de esa forma lograban que se prolongara todo. Yo le pregunté: ‘¿que se prolongara qué?’, ‘que se prolongara todo’”, dice Verna que le respondió.
En su novela El cuento de la criada, Margaret Atwood admite en el prólogo de ediciones posteriores a su publicación en 1984, que basó su cruda y conmovedora historia ficcional, en parte, en los relatos de apropiación de niños y niñas durante la dictadura argentina. En esa sociedad creada a partir de un golpe de Estado en los Estados Unidos, las mujeres son esclavizadas y “las fértiles” conservan algunos “privilegios” que les permitían “prolongar todo”. Muchas otras situaciones que pueden verse en la exitosa novela televisiva basada en el libro, remiten a situaciones vividas dentro del complejo concentracionario de nuestra dictadura.
Verna está apurado por decir todo tal cual lo recibió de su padre en aquella charla que terminó por marcar para siempre las diferencias entre ellos. Sigue contando qué le admitió su padre. “Que él les preguntó a las enfermeras qué hacían con esos bebes y que le respondian que se los entregaban a la Policía femenina para que después se los entregaran a sus familiares. También comentó que él era subalterno de Norberto Atilio Bianco y que él le recomendaba que formara un buen vínculo con Lederer. Y mi padre en esa conversación me cuenta que  nunca quiso hacerlo porque le parecía que (Lederer) era ‘un ordinario y un paranoico de mierda’”. En su avidez por aportar información, Verna corre de un tema a otro. “También me comentó en esa charla cómo se interroga a las personas secuestradas. Él no utilizaba la palabra secuestrados, sino subversivos o nada directamente. Me graficó cómo era el cuestionario, con quién te tenés que encontrar, a qué hora, dónde, quién es tu jefe. Eso fue principalmente las cosas más importantes que yo resalto de esa charla que fue muy tensa porque en un momento me dijo que no le pregunte más datos ni detalles de nada, que ya él me admitía que había participado en los vuelos de la muerte y en el secuestro de personas, pero que no me iba a decir más nada, que no le pregunte más, que eran secretos de guerra y que no se cuentan ni a un hijo, que me fije qué iba a hacer con esto porque podía complicar a personas que no han querido nunca ningún problema, refiriéndose a los juicios”.

Las respuestas a quien nunca preguntó 

Después de esa charla entre padre e hijo, el genocida Julio Verna comenzó a buscar a su hija más chica, Silvina Patricia Verna, que tenía un consultorio en la casa de sus padres en el que atendía como psicóloga. “Ella atiende los lunes ahí. Entonces el lunes anterior al 8 de julio mi padre la convoca para hablar con ella y ella, que después van a ver cómo tiene intervención en esta historia, no lo quiso escuchar”, evitó la conversación y se fue. “Y al lunes siguiente de nuevo: ‘Vení, sentate que tenemos que hablar’ ¿Qué le cuenta a Silvina en esa charla? —pregunta Pablo Verna, y también responde— Que todos los que estaban en el hospital, en Campo de Mayo, tenían que estar dos o tres meses, entre comillas tareas, que aplicó las vacunas para los vuelos de la muerte, que se hacían en aviones, que las personas luego de esas anestesias eran arrojadas al mar porque había habido una orden, porque habían aparecido cuerpos a orillas del Río de la Plata. Mi hermana recuerda de esa conversación que fueron dos o tres vuelos, en una oportunidad fue víctima un matrimonio, en otra oportunidad cinco personas y en otra cuatro. Él viajaba en esos vuelos, eso creo que se lo refirió mi madre. Que el médico solamente inyectaba pero que tenía que estar durante todo el vuelo por si alguien se descomponía o pasaba alguna situación que hiciera falta un médico”. Su hermana nunca había preguntado, sin embargo Julio Verna le dio esa información sobre su participación en los vuelos.

La misma metodología, pero en auto

En esa misma conversación con su hija menor, Julio Verna le contó acerca de su rol en el crimen de Alfredo Berliner, Susana Solimano, Julio Suárez y Diana Schatz, que fueron arrojados a un arroyo de Escobar con el mismo procedimiento de un vuelo de la muerte, pero esta vez a bordo de un Peugeot 504 rojo, que fue hallado el 27 de noviembre de 1979. “Él le dijo que eso lo tuvieron que hacer así porque estaba la Comisión Interamericana (de Derechos Humanos-CIDH) en la Argentina y no tenían que desaparecer más personas. Entonces toman la decisión, o cumplen  de alguna manera la orden que le habían dado o del grupo en que a él le tocaba participar, de introducir a cuatro personas en un automóvil con estas mismas anestesias que les permiten respirar pero se encontraban completamente paralizados a nivel muscular, no recuerda mi hermana si estaban conscientes o inconscientes, pero estas personas en el auto que lo arrojan a un arroyo o a un río, como seguían respirando, el agua entra en sus pulmones y de esa manera se ahogaron. Incluso le detalla que figuraron la escena de ese crimen como un dia de camping o de pesca con una canasta con sanguchitos, una caña de pescar y ese tipo de cosas”.
Verna también recurre a sus recuerdos de niño, como ya lo hicieron los hijos e hijas de las personas desaparecidas o asesinadas durante la Contraofensiva. Aquel niño, desde otro lugar, tiene algunas cuestiones para aportar. “Me acuerdo, entre los 6 y 8 años, alguna conversación entre mi padre y mi madre que refieren que para resolver esta cuestión, a veces tenía que caer algún inocente, como que justificaban esa situación. Recuerdo también de esos años que mi padre me explicó a mí que había tres categorías o algo así: los terroristas, los extremistas y los subversivos. Y recuerdo su explicación sobre cada una de ellas, pero no me acuerdo qué es lo que me dijo. En esa época siempre estaba armado. Él, entre el ‘76 y ‘78, estaba asignado en el Batallón Esteban de Luca, que creo que queda en Boulogne. Nosotros incluso íbamos los fines de semana a la parte donde están los quinchos, la pileta. De esa época recuerdo que en una oportunidad estuvo arrestado no menos de tres y no más de cinco días en una de esas casitas que hay ahí por haberse robado una granada, y eso yo lo relaciono con una paranoia importante que tenía y quizás que le pasaba realmente, sobre todo cuando andábamos con el auto en la calle, o caminando, yo percibía a esa edad un miedo a que pasara algo constantemente. Años después, durante mi adolescencia o mi juventud, le dije que yo percibía esa paranoia y me dijo ‘Ah sí, vos te diste cuenta de eso”. No me lo negó, me lo ratificó con su respuesta”.

Las integrantes de Historias Desobedientes en la primera fila, siguiendo aténtamente el relato de Verna. 

La edad de la desobediencia

Verna no está solo. Su declaración tiene muchas voces. Si bien está contando sus vivencias personales, como ya dijo Llonto, su aporte es una representación de lo que pueden sumar muchos otros y, sobre todo, otras. Parece posible pensar la aparición de mujeres rompiendo las ataduras con sus padres genocidas con el avance estruendoso del feminismo. Difícil saberlo, pero se puede imaginar que sin explosión feminista, quizá hubieran sido más complicadas las rupturas entre hijas y padres genocidas. Lo que no implica que haya varones, como Pablo Verna, en el grupo de Historias Desobedientes, aunque en clara minoría. Basta con repasar la primera fila detrás de Verna. Junto a su compañera, están todas las integrantes de Historias Desobedientes que se acercaron a compartir este día histórico. Allí están: Bibiana Reibaldi, Viviana Cao, Emilse Cao, Liliana Furio, Stella Duacastella y Analía Kalinec. Verna remite al grupo. “Les voy a contar lo que ocurrió en el año 2017, que es la conformación de nuestro colectivo, que se llama Historias Desobedientes, que incluyó a muchas compañeros y compañeras que finalmente nos encontramos en el mismo carácter de hijos de genocidas, que nos manifestamos así y que tomamos una posición ética y política frente a esta situación en la cual participaron también muchas personas que se han distanciado, personas que se han acercado muy tímidamente, que no quieren que se difunda ni que se sepa su nombre, su apellido ni nada, pero muchas personas que realmente son muy maravillosas. Increíble, fue algo que yo por ejemplo nunca pensé que iba a ocurrir: que nos encontremos los hijos de genocidas que pudimos o que quisimos hacer consciencia sobre esto”.

La navidad en peligro

“En esos primeros encuentros del año 2017, no me acuerdo qué compañera o compañero contó que de chico le habían dicho que los subversivos venían a sacar la navidad, y ahí me hizo acordar que yo también había escuchado en aquella época que me habían dicho ‘Mirá: si vienen los subversivos y toman el poder hasta la navidad nos van a sacar. No van a tener más navidad’. Y, ya de más grande, en los últimos años, esta situación me llevó a la reflexión de qué cosa tan extorsiva, porque la navidad era lo más importante que teníamos entre 6 y 8 años de edad, con regalitos muy lindos que recibíamos, claramente quién nos iba a sacar la navidad era el enemigo, no había duda para nosotros”, recuerda Pablo, en ese linkeo permanente entre aquella infancia con esta adultez de reescribir todo en grupo. Pero había también ese tipo de extorsiones con los adultos. “En esa misma época les meten una idea muy extraña en la cabeza a los militares, contó mi madre y mi padre en alguna oportunidad, que les decían que los subversivos iban a matarlos, a violar a sus mujeres para tener hijos subversivos con ellas. Digamos… la analogía de cómo marcar un enemigo. A nosotros nos aplicaban ese tipo de inventos extorsivos”, compara Verna ante el tribunal. Algunas de las mujeres de la primera fila refuerzan sus palabras moviendo las cabezas de arriba para abajo continuamente, como si dijeran: “A mí también me pasó eso”.

—Hiciste referencia a que estaba presente la CIDH, ¿ese fue el contexto en que se hace referencia al tema del auto? —quiere precisar Sosti.
—Mi hermana me lo explicó así por mail, lo tengo impreso acá, si quieren se lo puedo dar —responde Verna. Le dicen que sí, por lo que, mientras continúan las preguntas, alcanza el mail que le envió su hermana contándole lo que su padre le comentó aquel lunes.
—La conversación que tiene tu hermana con tu papá, de la que resultan esos mail, ¿en qué momento es?
—Fue el 8 de julio de 2013. Ella se acordaba bien la fecha. Yo soy más impreciso con las fechas.
—Con relación a su presencia dentro del Campo de Mayo, hiciste referencia a lo de Mendizábal, el auto con las cuatro personas…
—De Mendizábal me acordé algo más que dijo, un detalle pero es importante decirlo acá —interrumpe Verna a la fiscal.
—¿Vos sabías quién era?
—Un integrante muy importante de la organización, me dijo mi padre. Ahora sí sé quién es. Ese hecho que contó sobre Mendizábal lo contó varias veces en mi vida. En esta charla de 2013 también lo contó, incluso contó, en una oportunidad anterior, que yo la ubico entre el 2002 y el 2005 o pudo haber sido también en el 2007, en ese año cursé la materia de derecho penal, en mi primer año de abogacía. En ese momento yo le pregunté “Pero pá, escuchame: una persona que estaban torturando, cuando te mintió una, dos, tres, cuatro veces, ¿cómo sabés si la quinta no te mintió de nuevo o es la verdad?”. Y me contesta: “Ah, es muy sencillo, porque había un cuadro donde está lo te dijo éste con lo que te dijo éste, con éste y éste, ahí es cuando te dijo la verdad”, explica como si estuviera viendo en la pared aquel cuadro en el que colocaban los datos que iban reuniendo bajo tortura. Bueno y no habrá pasado un año, quizás meses—relata otro diálogo—, “Escuchame: si vos viste ese cuadro, vos estabas ahí”, me dice: “No no, yo no estaba ahí, ese cuadro estaba en el hospital”. Y yo le dije: “No, ese cuadro no podía estar en el hospital, vos estabas ahí”. “No, te digo que estaba en el hospital”. “No, vos estabas ahí”. Y ahí terminó la conversación, no me contestó más nada. Todas estas cosas yo se las cuento porque es un poco el camino primero de consciencia, también anteriormente tenía una visión… yo fui criado por la ideología del exterminio. En algún momento tomo una posición imparcial, en algún momento pienso fríamente que esto es una consecuencia de la guerra fría y repercute en nuestro país de esta manera, y en algún momento puedo empezar a hacer conciencia de lo que fue el exterminio en nuestro país, porque también en los años 2002 o 2005 se dieron ciertos debates en mi familia donde estaba mi madre, también, que le reclamaba porque tenemos un primo que se metió en el seminario para ser cura en una congregación que hacen muchísima tarea en los barrios humildes, en las villas, y mi madre le dice: “Entonces este muchacho estaría desaparecido si hubiera sido en aquellos años”, y mi padre le dice que sí, que ciertamente es así. Mi madre le empezaba a reclamar esas circunstancias, él no daba muchas vueltas, la trataba de zurda y listo.

La Escuelita y El Campito

Verna habla con velocidad, pero su relato es ordenado. Quizá sea por todo el tiempo que ha tenido para pensar e imaginar este momento. Cuenta con crudeza cada dato que tiene sobre la participación de su padre en el Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio que funcionó en Campo de Mayo. “En esos años mi padre participaba en la represión en Campo de Mayo. Él refirió a cómo se interroga y me hizo referencia a La Escuelita, que es una parte donde era el interrogatorio previo a que entraran las personas secuestradas al Campito. Eso por lo que yo tengo entendido, pero él me habló de La Escuelita. Era muy difícil que las personas que entraran salieran con vida. Entonces, bueno… mi mamá contó que siempre en algún momento se quebraban, que era algo que había que hacerlo porque no había otra forma de pararlo, que la subversión era algo que había que eliminar de la faz de la tierra, era algo que decían para graficar eso que había que hacer. Mi madre también explicaba cómo se aplicaba la picana eléctrica, en qué lugares del cuerpo, en las partes donde había mucosa, la partes más sensibles: la boca, los oídos, los párpados, el ano, la vagina. También explicó que se ponía música fuerte para que los gritos no fueran demasiado lejos o no se escucharan tanto, explicó que se hacían (las sesiones de torturas) en quintas que les prestaban a los militares cercanas a Campo de Mayo. Que los cabecillas mandan al muere a muchachos y muchachas muy jovencitos que creían en la ideología de corazón, esto claramente lo refirió mi padre en varias oportunidades y en la charla de 2013. Que eran muy jovencitos y que creen en la ideología de corazón. Eso me llevó años después a la reflexión de que si ellos mismos pensaban así, ¿para qué los genocidás? (SIC). Claramente entendí que eran capaces de hacer cualquier cosa con tal de llegar a todos los cabecillas de la organización y llegar a obtener el dinero de la organización. No recuerdo con qué palabras lo dijo pero estaba dicho. Después mi madre explicaba en un momento, yo pregunto ‘Pero má, por qué en vez de matarlos no los echaban del país’. Y me dice ‘Pero querido: si volvían del país, ya los había echado, ya se habían ido y volvían con documentos falsos, con armas’. En el año ‘81/’82 habíamos ido a Brasil un verano en familia y yo vi cómo eran los controles en la aduana, no era fácil pasar, por lo menos eso era perceptible para mi visión. Entonces le pregunté: ‘documentos falsos sí, ¿pero como entraban al país con armas?’ y me dice: ‘Entraban con muebles de doble fondo, las meten ahí y después las mandaban a mueblerías’.

Los botines

Verna relató durante su testimonio algunas cosas que no había contando en sus declaraciones periodísticas, e incluso profundizó otras que sí había contado públicamente. “Él explicó en varias oportunidades cómo se repartían los botines. Nunca utilizó esa palabra y tampoco me acuerdo todas las categorías, pero sí claramente me dijo que dinero y joyas se la llevaba quien sería la más alta jerarquía, supongo la patota, el grupo de tareas. Quienes se llevaban los muebles, que obviamente es lo más difícil de reducir, eran los de más baja jerarquía. Había dos o tres categorías intermedias que la verdad no las puedo recordar. En una oportunidad, mi hermana Mariana escuchó algún comentario sobre lo que hicieron los militares en la dictadura, ella lo comenta en la casa y mi padre no le contestó a su pregunta, solamente reaccionó con mucha violencia verbal hacia la maestra: ‘Zurda, hija de puta, cagona, por qué no habló antes’.
Sigue contando cosas de la vida cotidiana. Tantas otras habrán quedado sin decir. Hasta puede imaginarse que seleccionó cuáles les parecían más destacadas que otras en este contexto. “Una actitud parecida tuvo cuando Alfonsín, en la Semana Santa del año ‘87 anuncia que ‘La casa está en orden’. Dijo: ‘Ah, cagón, ¡te diste cuenta cómo son las cosas!’”. Verna vuelve varias veces a la situación de los bebés apropiados, como si le causara una impresión especial. “Preguntamos en la familia cómo era eso de los bebés apropiados y mi padre dice: ‘Mirá, yo sé lo que contaban las enfermeras, que se lo daban a la policía femenina para que se lo den a sus familiares; después, si pasaban otras cosas, yo no tuve nada que ver”.
También remarcó que la posición de su padre era contraria a las desapariciones. Concretamente les decía que él hubiera fusilado en la Plaza de Mayo y hubiese entregado los cuerpos a sus familiares. “Pero el asesinato lo justificaba porque había contado que años anteriores, no refirió cual, habían sido puestos presos los subversivos y que cada vez que salían o los liberaron se volvían más combativos. Después explicaba qué era claramente que era un TEI y un TEA. Yo no me acuerdo claramente la definición, pero sí sé que explicaba que eran tropas especiales de agitación, de infantería y definió claramente qué hacía cada uno. No me acuerdo la definición pero sí explicó que los TEI iban a entrenar al Líbano o a Palestina.

—¿Esto te lo contó en la charla de 2013 o antes? —consulta Sosti.
—En varias oportunidades. En el 2013 alguna referencia hizo, sobre todo a que salió de forma muy complicada esa charla. Además porque yo torpemente lo interrumpía —admite Verna. Parte de esa misma ansiedad se hace notoria en su declaración—. En el año 2006 fue la desaparición de Julio López y yo estaba cursando en el CBC la materia de Ciencias Políticas. Se habló de la desaparición y yo le pregunté su opinión, le dije: “¿Qué va a pasar?, ¿va a aparecer Julio López?”, y me dice: “No, no lo van a encontrar nunca más a Julio López, nunca más”. Me aclara “son muy jodidos los policías” —Debe sonar raro Nunca Más en boca de un genocida, se oye por lo bajo.

Otra vez hacia el robo de bebés

Ha transcurrido una hora de testimonio, con apenas algunas preguntas. Verna sigue dando cuenta de discusiones más cercanas en el tiempo, que van desde la 125 al rol histórico del genocida Julio Argentino Roca.

—Le vuelvo a decir, el objeto procesal nuestro son los años ‘79 y ‘80, ¿tiene algo más para decir? —interviene el juez Rodríguez Eggers.
—Sí. En el año 2009 empiezo a tener un distanciamiento con mi madre y con mi padre. Empiezo a preguntar sobre el origen de una familia amiga desde la época en que vivimos en un edificio en Liniers, año ‘76 o ‘77, que era “adoptado” —pone en palabras las comillas, vuelve al robo de bebés—, porque por lo que había contado mi madre había sido anotado como hijo biológico, era una familia de clase media. Esta situación llegó en el año 2009, cuando yo ya no tenía sospechas de que él había participado, no sabía en qué hechos. Ya venía preguntando, pero empecé a preguntar un poco insistentemente sobre este tema. Dos o tres veces le pregunté a mi madre cuestiones sobre este chico. Mi padre estaba en esos años en Campo de Mayo, pregunte de qué año era, “del año 80”, y bueno… empecé a sospechar que podía tener un origen en el marco del genocidio. En un momento yo salí de mi trabajo a las 15:30, cuando estaba en mi auto me dice…, se ve que mi madre le comentó: “Vos que andás preguntando tanto, hacé lo que quieras, pero yo no voy a decir ni nombres, ni fechas, ni lugares, ni datos ni nada, ni aunque me torturen ni aunque me maten” —Verna padre tenía una ventaja: sabía que le podrían preguntar, pero que nunca lo torturarían—. Siguió la sospecha respecto al origen de este muchacho. La cuestión es que a fines de 2013, en la época en que junto con mi hermana hicimos la denuncia en la Secretaría de Derechos Humanos, este muchacho ya vivía hacía por lo menos cinco años en EEUU y sigue viviendo ahí. Lo ubiqué por Facebook, inicié una conversación con él en diciembre de 2013. Le pregunto si le podía hablar de cuestiones relativas a su origen y me dice que sí, que por favor, que sí. Le digo: “Mirá, lo que yo sé de tu origen siempre fue lo que contó mi madre, que venís de una familia muy pobre de Mendoza, que no tenían forma de sostenerse, que ya tenían varios hijos, que le dieron al nene y lo anotaron como hijo propio de su madre y que incluso la familia gratificó con algún dinero, entre comillas gratificó —vuelve a poner las comillas en palabras—. Yo le comento esto y le digo, incluso años después, cuando mi madre nos cuenta a nosotros que sus padres decidieron contarle la verdad respecto de que era adoptado, mi madre nos contó y yo se lo cuento a él, que le habían ofrecido conocer a su madre y él me dice “No Pablo, eso es mentira, me hubiera encantado”. Luego cuenta que denunció el caso en Abuelas de Plaza de Mayo y que incluso llegaron a quedar con este joven en que vendría a Buenos Aires para cotejar sus muestras de ADN, pero eso todavía no ocurrió: “Se evade, yo lo entiendo así”.

La (poca) culpa

Pablo aporta dos instancias en las que su padre dio algún signo posible de sentimientos de culpa. La primera, cuando dice que fue a confesarse con el mismo cura que había bautizado a su hermana Silvina, de apellido Sato, que lo exculpó sin más: “”Mire, no se haga problema por esas cosas, porque es preferible sacrificar a uno para salvar a cien”. La segunda, las recuerda como posibles fantasías suicidas, que bien podrían ser también intentos manipuladores: “Tenía no sé si intenciones pero si fantasías de suicidarse y que le había contado a mi madre dos formas, una era, creo recordar, de un tiro en la cabeza; y la otra que sí me acuerdo precisamente, que fantaseaba con tirarse con su propio auto por el Puente Zárate Brazo Largo. Mi madre le impone a Silvina que no me cuente nada a mí y durante esa semana Silvina reflexionó: “Mi hermano hace años que viene preguntando y preguntando y yo, que no pregunto nada, me viene a contar todo esto”. Verna muestra preocupación por su hermana: “A mi hermana, que nunca le preguntó a mi padre y mi madre, le hicieron un daño muy importante, porque ella no estaba buscando que le cuenten estas cosas y se las contaban casi naturalizadas de a momentos. Incluso, ese mail que yo traje, donde está detallado todo lo que mi padre le contó a Silvina un tiempo después”, dice, cada vez más cerca del final de su esperada intervención.
Luego de algunas de esas charlas e intercambios entre las personas de la familia, y luego de una denuncia por violencia doméstica, no sin insistencia de por medio, Julio Verna se muda primero a la casa de su hija, y tras otra serie de charlas, se va al hotel de la calle Pizarro. Más tarde viajará a Córdoba para reencontrarse con su esposa. Pero al poco tiempo, ella se hace fuerte otra vez para separarse definitivamente.
Entre todas las cuestiones que Pablo dejó escapar de su mochila cargada de silencios, también refirió que su padre le habló de posibles listas. Todo arrancó porque Pablo trabajaba en el Ministerio de Seguridad, con Nilda Garré como ministra. “‘La tuya, tu jefa, la Comandante Teresa, también estaba’”. Empezó a hablar de las parejas que tuvo, hablo de Perdía, Vaca Narvaja, Bielsa y en esa época yo no sé quién me había puesto en duda de si Verbitsky era o no montonero. Ya que estaba en esa charla, que yo quería que termine lo antes posible pero él me seguía hablando, le pregunto: ¿’Verbitsky también estaba’?, y me contesta que sí que también estaba en la lista. Lo que me llevó a reflexionar que había una lista y él la conocía”.

La interpelación

Antes de irse, Pablo deja una historia más que tiene relación con la Contraofensiva: “Una vez que estuvieron en el Parque de la Memoria paseando con mi madre, vieron el nombre de (Horacio) Campiglia qué está ahí en el monumento, y mi madre contó hace poco tiempo que mi padre le refirió que a Campiglia lo vio en Campo de Mayo, que también le contó sobre un secuestro en Panamericana y Gral Paz, en la parte de la colectora de lo que sería ahora Panamericana. Que mi madre también contó hace poco a mi pareja Mariela, que él salía a las noches, se iba a Campo de Mayo a controlar el estado de salud de los presos o detenidos”, se apura por decir lo último que le queda. Sin embargo, aún quedan las preguntas de Hernán Corigliano, el defensor de Norberto Apa.

—¿Está vivo su papá?
—Sí.
—¿Conoce en qué estado de salud se encuentra?
—No conozco. Sé que ha tenido tratamiento psiquiátrico porque me lo ha contado él. Sé porque me contó mi madre que él abusaba de medicación psiquiátrica que él conseguía.
—¿Ese tratamiento y abuso de medicación de qué momento es? —indaga Corigliano.
—Mi madre decía que siempre se automedicaba y que en algunas oportunidades mezclaba whisky con alguna medicación, no lo hacía frecuentemente pero podía hacerlo.
—Respecto al colectivo Historias desobedientes, de los presentes en esta sala, ¿quiénes participan?

Como en las películas, la sala estalla entre murmullos de enojo y risas irónicas. Se oponen la fiscal y las querellas. Llonto no puede disimular su asombro.

—Presidente, ¡está haciendo tareas de inteligencia! —grita el abogado querellante.
—Me voy a oponer categóricamente a la pregunta ¿A quién se refiere: a esta fiscalía? —consulta Sosti, no menos enojada que Llonto.
—Yo creo que los hechos son bastante oscuros en términos históricos, más allá del dolor de las víctimas —interviene el presidente del tribunal—. Y creo que hasta ahora lo hemos manejado… Esta es la decimotercera audiencia… No sé si respeto es la palabra pero la voy a utilizar. Los invito a tratar de mantener esa senda del respeto y de evitar la capciosidad y el codazo incómodo. Esto es solamente un llamamiento. Le pido que me explique la pertinencia de la pregunta.
—Si la considera impertinente dé lugar a la oposición —desafía Corigliano, moviendo la pierna contra el piso—. Si formulo la pregunta es que considero que es pertinente.
—No ha lugar —cierra el asunto Rodríguez Eggers.

Verna recibe el cariño de su compañera, Mariela Milstein.

Verna mira con cierto asombro la escena. Aun después de todo lo que narró, le queda algo importante para señalar: “Como hijo interpelo a mi padre. Y como hijo, en lugar de los otros hijos que pudimos hacer conciencia y de los que no pudieron, interpelo en mi padre a todos los militares que tienen la posibilidad de traer un poco de paz a las familias que están esperando saber cuál fue el destino de sus seres queridos, y es una cosa que ellos saben que es muy importante”.
Cuando le indican que ha terminado su testimonio, Pablo se pone de pie. Transposa la reja de madera que lo separa del público. Le da un beso a su compañera Mariela. Se acerca a sus compañeras de Historias desobedientes y las abraza, una por una. Sabe que fue un día histórico, no sólo desde lo personal. Se lo ve aliviado. No hay vuelta atrás. No queda más espacio para el silencio obligado en defensa de vaya a saber qué familia. Toma la mochila y arrastra el cierre hacia el final del recorrido, hasta dejarla cerrada por completo. La mira de nuevo. Quizá esté tomando verdadera dimensión de cuánto pesaba el silencio.

Verna junto a sus compañeras y su compañera. 

*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardiamedio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com


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