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El objetivo de este escrito desordenado es compartir algunas ideas en torno al episodio inédito en nuestras biografías: un aislamiento social obligatorio, un protagonismo de palabras muy pesadas al inconsciente como “pandemia”, “virus” y “cuarentena” y un escenario de sospechas sobre los significados inmediatos y profundos de lo que se enuncia como un antes y un después. La pregunta disparadora tiene que ver con nuestro rol como especialistas en ESI ante esta situación global, a la espera de que nos permitan pensarnos como docentes en un momento de aulas vacías para reafirmar la necesidad inminente y pendiente de que la ESI se naturalice en nuestras prácticas de forma transversal y permanente. (Por La Retaguardia)


✏ Redacción: Gregoria Cochero*
💻 Edición: Rodrigo Ferreiro
📷 Foto: El abrazo. Gustav Klimt

ESI vs. el paradigma del miedo

Estamos pasando por el cuerpo y en primera persona los efectos del paradigma del miedo. Sería tentador defender la eficacia del miedo como impulsora de hábitos en salud en este contexto en el cual, pareciera, bastaron apenas dos semanas para modificar aspectos idiosincráticos de nuestra comunidad como los saludos, las rondas de mate, los abrazos y las visitas. Sin embargo ¿Cuál es la eficacia real del miedo como respuesta a la necesidad de revisión de prácticas y condiciones de la esfera de la salud pública?

Han estado circulando analogías peligrosas que parten de ese mismo enfoque, por ejemplo: “80 mil personas tienen coronavirus y todo el mundo quiere llevar mascarilla: 37 millones de personas tienen vih y nadie quiere ponerse un condón”. No es nuestra intención ir en contra de una oportunidad de generar conciencia sobre el virus del VIH (que siempre es pertinente), pero sí de reconocer que estamos en un momento en que las conversaciones en torno a estadísticas, métodos de prevención y profilaxis se han vuelto omnipresentes, ideal de preguntarnos en torno a los mecanismos que, como docentes, podemos construir para lograr ese cometido sin recaer en un paradigma que, desde la ESI, ha sido advertido y acusado en sus limitaciones ¿Cómo pensar en las políticas del cuidado de la salud y el cuerpo desafiando el lugar nuclear de las causas y las consecuencias? Al afirmar que estamos “pasando por el cuerpo los efectos del paradigma del miedo”, entendemos la oportunidad de esta experiencia que, más allá de la diversidad y desigualdad de formas de estar atravesándola, es común a todas las personas que integran nuestra sociedad. Este punto de empatía debe ser un punto de partida para la exaltación de una conciencia sobre nuestro cuerpo y nuestra sexualidad, ya que se ha abierto una consigna general que demanda obediencia “no tocar”, “no aproximar”, “no compartir”.

Punto de partida o sobre el contagio

Si bien el covid-19 tiene vías de transmisión mucho menos específicas que el VIH, se pueden reconocer en este desarrollo varias premisas que tienen puntos en común para explorar desde nuestros marcos teóricos como especialistas.
A) La premisa de “familiar”, o proyección del peligro en los otros, manifestada en las primeras semanas en las cuales nos costaba (nos incluyo) aplicar la consigna de saludo social distanciado ya que “es mi hermano/amigue/colega” quien no merece cargar con la sospecha de amenaza.
B) la generación de “poblaciones vulnerables” desde el estereotipo y el prejuicio, “enfermedad de chetos” /“enfermedad de orientales”, donde las verdaderas vulnerabilidades por condiciones de estructura quedan veladas y lejos de las poblaciones más afectadas desde lo socioeconómico, el rango etáreo y la pertenencia a grupos de riesgo por condiciones de salud previas.

Desarrollo o cuarentena

Pasada (en gran parte) esta primera etapa de reconocimiento del riesgo, se logra el confinamiento casi total de la población en sus hogares. Se exacerban las medidas de profilaxis e higiene, donde la asepsia se interioriza como disciplina. El control vecinal se torna protagonista en comentarios de quiénes salen y por qué y quienes sí acatan a rajatabla los comandos oficiales. Los buenos ciudadanos vs. los irresponsables se transforman en dos bandos sin medias tintas, donde, frente a lo incontrolable de la pandemia, se recupera algo de ese control al ejercerlo sobre los pares. La sobreinformación y las noticias se convierten en una entrega total a la mediatización y se activan procesos de consumismo (aunque estén discursivamente nombrados como un pedido al consumir lo necesario), que se evidencia en el atiborramiento y el miedo a la escasez. Deseo consumir. Deseo consumir todo el acervo de salud promocionado: alcohol en gel, lavandina pura, en gel, barbijos, guantes, Netflix, ejercicio por Instagram y rutinas saludables. La salud como integral se encuentra rápidamente ordenada en consignas sobre cómo sostenerla, como un polinomio que, de ser bien resuelto, nos garantiza la continuidad en nuestro lugar de privilegio lejos del virus:

higiene+zoom+Instagram+juegos en familia+horarios rutinarios+alimentación suficiente y saludable= Salud

¿Cómo se sostiene este concepto de integralidad agregada cuando la salud sexual queda en segundo plano? Son numerosas las demandas desde diversos sectores de salud para que las consultas en temas de sexualidad y el acceso a anticonceptivos e ILE (entre otras cosas) sean consideradas necesidades de primer orden; la efusividad de estos reclamos es proporcional a su incumplimiento. Por otro lado, se han generado mecanismos para la habilitación de vías de comunicación e intervención sobre situaciones de violencia de género, entendiendo que este confinamiento para muchas mujeres significa un peligro mortal por no tener vía de escape de sus convivientes/agresores (se cuentan oficialmente 7 femicidios desde el comienzo de la cuarentena). También esta situación ha sido escenario para la continuación de reclamos fuertes contra la naturalización de la prostitución como fenómeno preciado del sistema patriarcal, donde grupos de mujeres, trans, travestis piden expresamente que se actúe sobre la vigencia de los prostíbulos (más allá de publicaciones del colectivo AMMAR sobre cómo continuar el ejercicio del trabajo sexual en tiempos de coronavirus). La diversidad como concepto para la descripción poblacional no debe homogeneizar los obstáculos de cada sector según su posición de disidencia, ya que si algo es claro, es que el virus no afecta a todo el mundo de la misma manera según el lugar social que se ocupe. Desde nuestra especialidad, más que nunca viralizar las palabras afirmadas por la médica generalista Viviana Mazur, que en este contexto es evidente cómo “la sexualidad sigue siendo pensada como un privilegio y no como un derecho humano fundamental”.

El fin o el futuro

Una de las particularidades más complejas de la situación refiere a la capacidad de proyectar su fin. Hemos vivido antecedentes similares por sus mecanismos, no por su escala, como fue la gripe A que tuvo su desarrollo entre el año 2009 y 2010. En ese entonces también nos habíamos visto en obligación de revisar nuestras prácticas en higiene, momento en el cual se comenzó a internalizar la presencia y circulación del alcohol en gel, convirtiéndose en un ícono de ese episodio. Sin embargo, ¿Qué podríamos decir sobre lo que perduró luego de esa última experiencia colectiva? ¿Es suficiente la incorporación de hábitos de higiene personales ante crisis de alcance poblacional? Es casi imposible escribir esto sin pensar en las propagandas que promocionan desinfectantes en jabón, o aerosol… “vos, ¿cómo cuidas a tu familia contra los gérmenes?” O, más serio aún, ciertas campañas gubernamentales donde la consigna acusa “¿qué hiciste hoy contra el mosquito (del dengue )?” La individualización de las prácticas como medida de salud resuenan en el campo de la sexualidad, donde la categorización de ciertas conductas como “conductas de riesgo” nos reavivan el protagonismo de la relación causa-consecuencia como marco explicativo para la enfermedad. El peligro de la vigencia de la ley de causa y efecto, es la negación de la complejidad social donde existen cientos de factores y combinaciones que son factibles de aportar a la comprensión de los fenómenos ¿Qué hiciste/dejaste de hacer para que esto ocurriera? En sexualidad, esta pregunta no sorprende, desde los ejemplos más mediáticos sobre la (in)comprensión de la violencia de género, hasta ciertos argumentos esgrimidos en torno al debate por la IVE y nos llama a denunciarla en su lógica sea cual fuera el ámbito de su expresión.

Mientras tanto, en este paradigma del miedo, ¿cuáles son los miedos que tienen el protagonismo? Se habla del miedo al contagio, del miedo al ataque, del miedo al derrumbamiento de la economía, al “cómo seguir” ¿Qué lugar tiene el miedo a lo que ya se ha perdido? No basta con la aceptación y la comprensión lógica de las razones de este aislamiento, de esta ruptura de la cotidianeidad. Como ya hemos mencionado a priori, con muy buena intención esta crisis ha traído un paquete de “conductas” desde las cuales responder a las causas externas. Se nos avisa de antemano que los efectos primarios y secundarios no se van a tardar en sentir, cuáles y cómo van a ser, y desde la insistencia de que esto que nos sucede, nos sucede a todos. Sin embargo, nos vemos invadidas por una sospecha de desmentida cada vez que encontramos las mencionadas “recetas a la estabilidad”: ¿falta contacto? Sugerencia de Skype ¿falta trabajo? Sugerencia de Home Office y ponerse al día con lo atrasado ¿falta entretenimiento? Sugerencia de Netflix, juegos y hobbies ¿Y si lo que falta es placer? Más allá de las múltiples notas que, desde el campo de la sexología, han salido a poner palabra sobre el placer sexo-afectivo, nos preguntamos por la necesidad de encontrar un espacio desde el cual enunciar lo que falta: extraño abrazarte / extraño a mis viejes / la virtualidad no me compensa lo incompensable de mi ausencia en tu espacio. Necesito enunciar que mi salud me preocupa, aunque no me falte nada. Necesito actuar en cuerpo entero la verdadera Integralidad que desde la ESI predico.

Pensar en la disolución de las medidas de aislamiento ya presenta un escenario de fantasías sobre “lo que viene después”, donde ya se puede reconocer el límite a la construcción de las prácticas desde el miedo y la obligación. Un aula que se abra en los próximos tiempos ¿será un aula donde, nuevamente, se comprima un alumnado que excede la capacidad por 20 o 30 personas?; el transporte que se normaliza, ¿será un vehículo de pasillos intransitables en la hora pico? Que vuelvan los abrazos. Que vuelvan los contactos elegidos, afectuosos, pero que sea desde la posibilidad de trabajar contra la costumbre de negar nuestra forma de tocar y nuestros espacios.


* Docente del Postítulo de Educación Sexual Integral del Profesorado Joaquín V. González.

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Opiniones
  1. Unknown   /   abril 1, 2020, (3:26 am)

    Hola grego,me.encantó.creo q la.propuesta apunta a algo parecido que trabajamos los psicoanalistas.que hacer como.hacer con lo que reprimimos( sean contenidos culturales o.individuales ) como.lo reprimido , lo que está y es temido genera efectos .condiciona nuestras prácticas nuestras maneras de habitar el mundo y habitarnos. Encontramos el.desafío de construir un saber hacer con lo que Nos pertenece y lo que viene de.afuera y empieza.a.ser propio , aún,cuando no lo elegimos . Construcciones sociales e individuales donde el miedo a perder algo nos deja en posiciones de sujetos sujetos a recurrir a cualquier recurso para no perder. Cuando por.nuestra condición de sujetos culturales siempre estamos perdiendo . La clave sería entonces construir mecanismos ,nuevas prácticas que aún en las faltas ,en las pérdidas nos encontremos habitandonos a.nosotros mismos y con los otros de.manera deseante,disfrutable,respetada ,sin.perder de vista las múltiples dimensiones que tenemos como sujetos sujetos a una.cultura que nos va determinado .

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