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Gabriela, la mamá de Lulú: “hay nenes y nenas, y hay nenes y nenas trans”

Escrito por el junio 14, 2014


Gabriela Mansilla,
conmovedora

(Por La Retaguardia) Algún despistado que sepa que el día de la Gratitud Militante nació como una manera de Alfredo Grande de festejar su cumpleaños en público el 7 de junio, podría decir que ya dejó de ser eso. Pero, en realidad, nunca fue solo eso. La segunda edición de este evento donde un micrófono pasa de mano en mano con Grande como eje pero sin quitarle protagonismo a quienes van a decir lo suyo, ha sido otra jornada de lujo: trabajadoras del B.A.U.E.N., Pablo Pimentel, José Schulman, quienes hacen la Agencia de Noticias Pelota de Trapo y Jorge Garaventa, fueron solo algunos de quienes dejaron su aporte. Pero seguramente la voz que más consiguió conmover fue la de Gabriela Mansilla, la mamá de Lulú, la nena trans cuya historia conocimos el año pasado. Aquí queda su intervención, que seguramente conmoverá también en la lectura. La cooperativa de salud mental ATICO, en el barrio de Colegiales, fue el mejor lugar para escucharla. Allí, ella es local.

Así la presentó Alfredo Grande: “Hay un aforismo que todos conocemos, reaccionario (la mayoría de los refranes son reaccionarios): ´El que mucho abarca, poco aprieta’. Y yo quiero insistir en modificarlo y decir que ‘El que mucho abarca, mucho aprieta’. Es decir, la cultura de represión nos permite apretar mucho si abarcamos poco. Si nos limitamos a un pequeño espacio político social, ahí sí nos deja apretar sin problemas. Pero apenas pretendemos acabar la totalidad, o toda la totalidad que podamos abarcar, entonces ahí tenemos que apretar poco.
Abarquemos mucho y apretemos mucho. Esa es una fórmula para enfrentar a la cultura represora, porque abarca todo y aprieta hasta la muerte a los que la enfrentan. Recordemos esta metáfora en lo que era el garrote vil.
Esta Jornada de la Gratitud Militante, con distintos testimonios de distintos lugares, es un intento de abarcar mucho. Y a partir de ahí, apretar mucho también.
Gabriela Mansilla es la madre de una nena trans. Tanto Gabriela como sus hijos se atienden en ATICO con Diana Rebón y Gabriela Gamboa.
Gabriela ha escrito un libro que se llama Yo, nena, yo princesa, que ya se agotó la venta. Se filmó un documental, presentado en el BAFICI y en el Festival Asterisco. Acompañamos a Gabriela en la presentación del libro y del documental, y cuando me dijo que quería venir acá para mí fue una inmensa alegría.
Ella tiene un testimonio que merece ser conocido, y a partir de ser conocido todos vamos a sentir gratitud militante por Gabriela Mansilla”.
Y allí arrancó Gabriela:
“Gracias, Doctor. Buenas tardes a todos.
Como dijo el doctor Alfredo, mi nombre es Gabriela. Soy orgullosamente la madre de una nena trans.
Lulú nació con genitales masculinos, es un varón biológico. Y Lulú es ejemplo de todo lo que no se puede, lo que no se debe, lo que no se es. Lulú fue contra todo y contra todos, y es, pudo ser, siente, decide; nadie puede decirle a una criatura qué es lo debe de sentir y qué es lo que no.
Mi hija se paró delante de mí cuando tenía 2 años de vida y me dijo:
—Yo nena, yo princesa.
Hice lo que pude: busqué ayuda, busqué profesionales que me dijeran, que me explicaran qué le sucedía a mi hijo varón. Ella tiene un hermano mellizo: yo estaba criando a mis dos mellizos varones de la misma manera, dándoles las mismas cosas, y uno me decía que era una nena, y yo no entendía qué era lo que tenía que hacer con eso. No se podía, no se debe; una mujer no tiene pene, entonces no podía existir Lulú.
Soportó todo, pobrecita. Soportó los golpes del papá —porque los machos se hacen a los golpes—, soportó el despreció, soportó la mirada del otro, el que la juzgaran, la discriminación, la no comprensión y qué le pasa al otro.
Porque después de tanto recorrido yo me pongo a pensar, todos nos ponemos a pensar cómo un nene puede decir a los 2 años que es una nena ¿Qué le pasa a esa nena? ¿Y qué le pasa a la mamá que le hace caso? No es que le hago caso, la respeto, que es algo totalmente diferente. Respeto su deseo.
Me pregunto yo qué le pasa al otro, que no puede soportar la idea, que no puede abrir su corazón, su cabeza, que no puede entender. Porque acá si no es rosa y no es celeste, si no es pene y no es vagina, no hay; las nenas son nenas y los nenes son nenes. Y mi hija no entraba en la fila de las nenas porque tenía pene y tenía un documento de varón, y no entraba en la fila de los varones porque se sentía nena.
No hay registro, creo que no hay registro en Argentina de un niño trans. Nadie sabía qué decirme. La llevé al neurólogo infantil, creí que estaba enferma. La llevé a una psicóloga, a varios psicólogos. Y lo único que hicieron con ella fue destruirla porque aplicaron un método correctivo de lo que ‘se debe hacer’: si vos sos varón y tenés genitales masculinos, vos sos un nene. No importa lo que te pase, si tenés pesadillas, si se te cae el pelo, si te enfermás, si te querés mutilar, te querés cortar, te querés lastimar. No importa. Vos sos un nene, vos naciste varón y vas a ser un varón.
Y nos obligó, aconsejándonos qué era lo correcto, a que hiciéramos de él un varón a la fuerza, por más que Lulú no quisiera ser varón.
Ustedes imaginen lo que es para una criatura de 2, 3, 4 años —porque eso nos llevó dos años— sentirse diferente, mirarse diferente, ponerse en un lugar en el que no había nadie antes que ella. Y soportar la presión de todos, el reto de todos, el golpe, el castigo, el “no podés”. Y lo hizo igual. Y tenía 4 años y se paró delante de mí y me dijo:
—Yo soy una nena.
¿Y qué le voy a decir yo?
—No, vos sos un nene.
—No, mamá, soy una nena y me llamo Luana —De dónde había sacado el nombre yo no tenía idea—. Y si vos no me decís Luana, yo no te voy a contestar.
No supe qué hacer. Busqué donde no había —porque busqué donde no había— ayuda. Nadie sabía qué era un niño trans. Nadie supo escucharme, nadie quiso escucharme. Lo único que me decían era que no podía ser.
Llegamos a la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Nos atendió la licenciada Valeria Paván. Ella me miró a los ojos, y cuando yo le conté la situación que Lulú iba sosteniendo desde los 2 hasta los 4 años, me dijo:
—Es una nena trans.
—¿Y qué es una nena trans?
—Es una nena transexual. Ella se autopercibe del género opuesto al que nació.
Y ahí empezamos un acompañamiento y una lucha para que reconozcan sus derechos. Derecho que tiene todo niño: a la educación, a que lo respeten, derecho a ser feliz, a estar tranquilo, a jugar.
Mi hija no tenía derecho a ser; no tenía derecho a que en la escuela decidiera qué era lo que quería hacer; no podía ir al baño como todos los niños; fue siempre señalada, agredida, ignorada.
Porque que ignoren a un niño también es violencia. Cuando un niño está pidiendo a gritos que se lo escuche, y uno lo ignora y mira para otro lado porque no te conviene. Porque ¿qué hacés con ese nene? En lugar de ayudarlo, miramos para otro lado.
Empezamos a dejarla ser porque ya no se podía con su salud psíquica y física, corría riesgo. Lulú estaba como varón en una situación de riesgo de lastimarse, de que empeorara psicológicamente. Empezamos a dejarla ser de a poquito.
Todos tienen un problema con la edad. La identidad se construye, mucho antes de la primera infancia, ¿no, doctor? Yo no estudié, no sé mucho de ciencia. Yo sé lo que vi en mi hija, hablo desde la experiencia, nada más.
Ella fue construyendo su identidad, y fuimos construyendo, reforzando y apoyando su autoestima para que se quisiera. Porque antes de la ley de identidad de género, el índice de suicido en los jóvenes trans era del 80%… Y yo no iba a permitir que mi hija estuviera, por autopercibirse del género opuesto al que nació, en el 80% de índice de suicidio.
No me importó lo que decían las madres, lo que decían en el colegio, lo que decían los especialistas; yo iba a ayudar a mi hija. No me importaban sus genitales, me importaba mi hija.
Empezamos a dejarla ser y cuando se sancionó la ley de identidad de género fuimos a pedir un DNI que acompañara su imagen. Porque yo llevaba a Lulú con el mentón abierto y no la querían coser porque el DNI y el carné de la obra social decía que era un varón y yo tenía una nena —de aspecto físico una nena— para coser el mentón. Ni con 39º de fiebre, ni con broncoespasmos. Porque un broncoespasmo en un chico, en horas deja de tener oxígeno en sangre y se te puede morir.
Pero el carné dice que tiene nombre de varón y acá hay una nena para atender.
Entonces fuimos a pedir un DNI. Nos costó un año y medio que me escucharan. Hubo jueces, hubo abogados. Acá hubo personas que no quisieron arriesgarse porque era el primer caso —eso de “caso” es espantoso—. Alguien tenía que firmar y poner la autorización de que ese niño podía, por medio del amparo de la ley, porque la ley de identidad dice que al solo pedido de una persona…
Tenían obligación de hacerlo y no lo hicieron tampoco. Había un niño destruyéndose y no le importó a nadie
¿Qué hice entonces? En lugar de que me dieran el DNI de mi hija, un trámite que puede tardar veinte días, me llevó tres meses para que me contestaran. Me llamaron del tribunal, me atendió el asesor de Menores e Incapaces para decirme que me negaban el DNI para la nena. Que él estaba viendo una nena, mi hija estaba dando consentimiento de que era una nena, y aun así tampoco se lo daban.
Fue el padre, porque todos me preguntan, a todo esto, dónde está el papá. El papá es un padre abandónico, y no se fue de al lado nuestro porque el nene dejó de ser nene y se transformó en nena, sino porque la responsabilidad de una familia era demasiado. Una familia anterior, nuestra familia y una futura familia que formó. Es demasiado para él.
Pero fue y firmó y dio el consentimiento y lo di yo como tutores de la nena. Fuimos con una abogada, la nena fue y firmó como Luana, y aun así me negaron el DNI.
¿Qué iba a hacer con eso? Yo no iba a tener a mi nena con un documento que no reflejaba su identidad y que le traía muchísimos problemas en lo que es la salud. Inscribirla en un colegio, inscribirla en un deporte. No podés salir a ningún lado.
Me decían por qué —porque lo tomaron como una ofensa—, cómo yo podía pedir y exigir un documento para mi hija. La sociedad te exige que los niños tengan un DNI. Vos no sos nadie si no tenés DNI, porque es lo primero que te piden.
A todo esto, ya teníamos el acompañamiento y la ayuda y el apoyo de ATICO Cooperativa. El doctor Grande hizo muchísimo por nosotros. Acompañó esta lucha donde atacaron no solo a Lulú: me atacaron a mí como la madre loca que estaba fomentando, atacaron a los profesionales que nos acompañaban, Alfredo, Gabriela, Diana, Valeria porque “estábamos locos”.
Logramos que nos dieran el DNI de mi hija.
Luana es una niña sumamente feliz. El que la conoce no puede decir que ve un varón biológico, porque es una nena preciosa, sumamente femenina.
Los niños trans tienen un lugar, tienen derechos.
Cuando terminó todo esto de la entrega del DNI escribí un libro. No lo escribí en el momento que todo terminó. Yo empecé a escribir hace dos años más o menos, casi tres, por miedo a olvidarme de las cosas que sucedían.
Cuando llegué acá con Gabriela tenía que decirle todo lo que habíamos vivido desde los 2 años. Y cuando llegamos acá Lulú tenía casi 5.

La llegada a ATICO

ATICO tiene un convenio con la CHA. Y Valeria tenía miedo de que se escaparan algunas situaciones de Lulú. Entonces me dijo que sería mejor que haya un especialista en niños. Ella me iba a derivar a una psicóloga que estaba mucho más preparada, porque ella estaba para adultos, y me derivó a la licenciada Gabriela Gamboa. Por ende, nos atendió el doctor Grande y después Diana Rebón fue y es psicóloga de su hermanito mellizo. Ellos tres son los que nos acompañan a nosotros.
Tengo el orgullo de que el doctor haya escrito el epílogo del libro, y Valeria y César Ciglutti de la CHA hayan escrito el prólogo.
Ese cuaderno que yo tenía como registro personal fue editado como un libro, con la única consigna de ayudar a otros niños.
No vamos a poder ayudar a otros niños si los adultos no leen ese libro. Porque los chicos saben quiénes son: nadie te va a decir quién es tu hijo más que tu hijo mismo. Una madre no puede inducir a su hijo a que sea ni que se comporte del género opuesto.
Porque yo decía: “Agarren a cualquier varoncito de 4, 5, 6 años y vístanlo de mujer, nómbrenlo como mujer y sáquenlo a la calle a que se sociabilice con los otros niños, a ver cómo se comporta”.
Entonces, para todo aquel que dice que un niño no puede o no debe o no sabe, el chico sabe, el chico puede, el chico es. Y hay que escucharlo nada más. El tema es qué nos pasa a nosotros cuando escuchamos algo que no nos gusta escuchar, algo que no conocemos, que ignoramos.
Yo ignoraba este tema de la transexualidad en los niños, y por el simple hecho de sentarme a escuchar a mi hija y no permitir que sufra más, hoy Lulú es Luana; si no, sería un niño castigado, reprimido debajo de una cama, como solía esconderse.
El libro tiene información, es un llamado a la reflexión, a que se pueda entender que hay niños diferentes y que por ser diferentes no tienen que estar excluidos.
Estaría muy bueno que lo lean los profesionales, maestros, licenciados en psicología, pediatras, todo aquel que tiene contacto con chicos para que vean qué señales da un niño y que lo rescaten, que lo ayudan.
Que no sea nena, que no sea nene: puede ser un nene o una nena trans. Y tienen los mismos derechos que todos los chicos”.

Gabriela agradeció y volvió a su silla para escuchar otras voces. Todos allí quedamos conmovidos y, aunque parezca un lugar común del final de una entrevista, esta vez fue muy acertado que le dijéramos: Gabriela, gracias a vos.

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