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La objeción de conciencia: un privilegio, no un derecho

Escrito por el agosto 16, 2016


Ruth Zurbriggen es feminista, referente activista y militante de La Revuelta de Neuquén, durante la Marcha Nacional que el viernes 12 de agosto se realizó en distintos puntos del país por Libertad Para Belén, le preguntamos sobre la objeción de conciencia, aquí compartimos sus palabras. (Por Gabriela Barro Gil)

Foto: María Zunino


La objeción de conciencia es un privilegio, no un derecho, y es un privilegio de la corporación médica. Por otro lado, quienes no somos objetores, tenemos conciencia. Una conciencia muy humana, muy ética, muy moral.
En primer lugar creo que es todo un avance que el proyecto de Ley de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito no haya incorporado en esta nueva versión -a punto de ingresar en la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados- la objeción de conciencia. Creo que hay muchas aristas para pensarla, particularmente creo que no puede ser reconocida como un derecho en el marco de un país que tiene leyes y por lo tanto, los objetores de conciencia no las cumplirían.
También creo que hay matices. Si, en todo caso, habrá que reglamentarla para la posibilidad del aborto legal -creo que esto va a ser una negociacion-, hay que pensar estrategias para que esa reglamentación nos lleve a que en algún momento los objetores de conciencia no estén en ningún servicio de ginecología, por ejemplo. Porque, justamente, la objeción de conciencia está puesta en los servicios vinculados a la sexualidad, a la reproducción, a los derechos al acceso a métodos anticonceptivos, es ahí donde se juega, en el cuerpo de las mujeres, fundamentalmente, y de las personas feminizadas. Me parece necesario ir buscando mecanismos que interfieran o que garanticen que estos personajes no estén en lugares clave. Y cuando digo esto me refiero a que un objetor de conciencia no puede ser director del servicio de ginecología de un hospital público de este país. Tampoco pueden estar a cargo del programa de Salud Sexual y Reproductiva; me refiero incluso al momento de rendir sus concursos, si es objetor o no lo es, tendrá que ser parte del puntaje que se le otorgue. Otro mecanismo podrá ser dedicarse a otras especialidades, para poder evitar que los objetores se conviertan después en obstructores de derechos.
Dentro de los matices a los que aludí, creo que hay personas que plantean “yo soy objetora pero no voy a obstruir la garantización de un derecho” y eso es otra ubicación, porque se vincula con la complejidad que tiene el tema y que tienen las conciencias humanas. Entonces, una cosa es ser objetor para impedir el cumplimiento de derechos como una práctica, y otra cosa serían esas y esos objetores que no obstruyen la práctica por más que digan “yo no la hago”, y entonces ayudan a hacer el pasaje para que otra persona garantice el aborto, en el caso de que fuera un aborto.
Insisto, es un tema complejo. Y como posición política de principio feminista, diría que no se les puede garantizar ese derecho; porque no es un derecho, es un privilegio. Y es un privilegio de la medicina fundamentalmente, ¿por qué digo esto? Si yo soy abogada y rendí un concurso para el Poder Judicial como defensora oficial, cuando me toca defender a un violador de tres niñas, de una niña o de una mujer adulta, no puedo negarme a defenderlo. Como maestra, como profesora, atea, que soy, no podría decir “objeto darle clase a las evangélicas, a las católicas, me niego”. No, no lo puedo hacer, y está bien que no lo pueda hacer. En educación, justamente, la cuestión tiene que ver con la disputa de sentidos. Y en ese camino estamos.
Me parece que es problemático reconocer eso como un derecho. En este país, este reconocimiento está incluido en el fallo FAL de la Corte Suprema de Justicia. Y sería el único punto complejo que tiene ese fallo que por otro lado parece ser un tratado de derechos humanos con relación a interpretar el inciso 2 del artículo 86 del Código Penal sobre cómo debe tramitarse un aborto por causal violación.
Agrego algo más: es hora de que pensemos en instalar otros sentidos y empezar a hablar de los compromisos de conciencia que sí tenemos las personas que garantizamos derechos en nuestros espacios, porque si no, pareciera que solamente tienen conciencia los objetores. Quienes no lo somos, tenemos conciencia. Una conciencia muy humana, muy ética, muy moral, vinculada a garantizar el ejercicio de derechos.

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