Canción actual

Título

Artista


“A mí hijo lo mató la policía”

Escrito por el mayo 8, 2018


Un sábado de abril por la mañana fuimos a Ciudad Oculta a encontrarnos con Rosa, la madre de Marcelo Montenegro (Pela para todos/as en el barrio), un pibe al que mató la policía en 2012, un pibe de barrio, un hijo, un amigo, un hermano. El juicio por su asesinato se está desarrollando en el Tribunal Oral y Criminal N° 30 y están siendo juzgados tres miembros de la fuerza policial, Emmanuel Alejandro Díaz, Mario Nicolás Medina y Diego Marcelo Calderón. (Por Colectivo de Medios de Comunicación Popular*)

Foto: la mamá y la hermanita de Marcelo Montenegro pidiendo justicia en la puerta de su casa.

Rosa nos fue a buscar a pocas cuadras de donde nos dejaba el colectivo. Llegó con Mía, hermana del Pela, su hija menor, su compañera. “Ella me sostiene a mí”, nos dijo en el camino de unas cinco cuadras hasta la casa, donde ya empezó la charla. Llegamos al pasillo que nos llevó hasta su manzana. Al abrir la puerta, la primera imagen fue un cuadro con la foto gigante del Pela, colgada de la pared del comedor, que sostenía en su marco otra foto de él cuando era bebé en los brazos de alguna familIar. De fondo, la pared no es pared sino paisaje de verde y río, un mural que hizo un pintor del barrio para poner la foto del Pela allí.
En una mesa grande, entre mates dulces y facturas golpeadas de algún viaje en colectivo, casi sin darnos cuenta empezó la conversación. Interrumpimos sólo para avisar que daríamos Rec en el grabador. Casi dos horas hablamos de Pela, del barrio, de los pibes, de las adicciones. De la policía, la “inseguridad”. Del adentro y del afuera. De antes y de ahora. Lo que sigue intenta narrar el encuentro de ese sábado nublado, con Rosa, la mamá de Pela; Ezequiel, su amigo de la infancia; su hermana Mía; Horacio y José, dos de sus tíos; Matías, su primo. Y muchos otros vecinos a los que no entrevistamos, pero se fueron sumando en el recorrido que, luego de la charla, hicimos por algunos lugares del barrio, como la esquina, lugar preferido del Pela.
Vale compartir que no está claro el por qué del nombre del barrio, Ciudad Oculta. Según una versión, la razón sería a que desde la Avenida Eva Perón no es posible ver el barrio que nace allí; pero hay otra: que el intendente de la dictadura, Osvaldo Cacciatore, construyó un muro en el marco del Mundial de Fútbol del ’78 para “ocultar” el barrio de los ojos de turistas.

Ezequiel y Matías también exigen justicia por su amigo.

Un poco de historia, quién era Pela

Ezequiel nos cuenta: “al Pela lo conozco desde los 6 años… Toda una vida juntos. La infancia, jugar acá, crecer juntos, más amistad que la que tenía con él no existe”, relata. Y sucede eso que pasa cuando hablamos de las personas que extrañamos mucho, intentamos explicar que no vamos a aceptar la muerte así como así. “Te soy sincero, yo hasta ahora no fui al cementerio, porque él está conmigo, es así, no puedo ir”.
“Nosotros fuimos a la escuela ‘Nuestra Señora de La Paz’. Y a él le gustaba dibujar. Hacía dibujos tipo Animé”. Rosa sonríe, como si el recuerdo apareciera en el relato de Ezequiel,  y agrega: “también le gustaba desarmar cosas para arreglar. Desarmaba todo. El control remoto, cuando llegabas, estaba todo desarmado. Y cuando enchufabas algo… PAFF, explotaba todo”. La mesa transita, entre risas cómplices, de la felicidad del recuerdo a la tristeza de la ausencia.

-Y el fútbol ¿le gustaba?

-Eze: Sí, él jugaba. Pero no era muy bueno… Él se copaba en todas, vos le decías ´¿vamos acá?´, y él te bancaba. Muy compañero.

-Rosa: Algunos amigos le decían ´pata dura´. ¡Se ve que no era muy bueno en el fútbol!

Por momentos las sonrisas hacen una pausa y Rosa recuerda con detalles la semana anterior al asesinato. “El lunes antes fuimos a comprar zapatillas a Liniers, me acuerdo que ese día nos reímos un montón”. Mía su hermanita menor, también lo recuerda con mucho cariño: “Él nos cocinaba. ¡Hacía cosas ricas!”, Rosa agrega sonriendo: “sí, se hacía el cocinero, ¡hacía unas cosas más raras!”

Nos cuentan que Pela acompañaba siempre a Rosa a la Iglesia cuando era chiquito, y que ya de grande empezó a renegar con ese Dios que para muchos existe. “¿Por qué no le decís a tu dios que me ayude a cambiar?”, le decía el Pela a Rosa, ya cuando había dejado de ser chiquito, en la adolescencia, cuando sentía la necesidad de cambiar, que mucho tenía que ver con dejar de consumir. Matías, su primo, suma: “él respetaba mucho”. Y después agrega: “era divertido el Pela, nos gustaba tomar unas Cocas en la esquina. A él le gustaba la esquina”.

La esquina en la que el Pela paraba con sus amigos, vacía.

Las realidades en las villas

La Avenida Eva Perón es, además de una de las entradas a la Ciudad Oculta, el límite entre Mataderos y Villa Lugano. La Oculta es en realidad parte de Villa Lugano, pero como su nombre lo indica, también es una ciudad en sí misma. En 2012, a partir del reclamo vecinal por mayor “seguridad” en el barrio, como en otros cinco más, comenzaron a ingresar los “trinomios” (grupos de tres policías juntos), de la Comisaría 48. “Los trinomios los pidieron los del barrio, se juntaron cinco barrios y los pidieron. Por eso aparecieron. Por la inseguridad”, cuenta Horacio, uno de los tío del Pela, pero aclara: “era para cuidar, no para pegarle a los pibes”, que es de hecho lo que terminó sucediendo con los trinomios y los pibes de las villas en edades adolescentes.  Rosa sigue: “Siempre el débil es el pibe de acá porque ellos tienen autoridad y cualquier cosa les dan un par de cachetazos”. También nos cuenta que en algunas ocasiones, al saber que la policía había detenido pibes, para quedarse tranquila de que no fuese ninguno de sus hijos, se acercaba a mirar y la policía la echaba gritándole. “¿Usted qué se mete?, ¡vaya para su casa!”. Como tantas madres, antes de que la policía asesine a Pela, Rosa intentaba enseñarles a sus hijos “respeto”. Suponía que, de esa forma, evitaría el maltrato al que las fuerzas de seguridad acostumbran a los pibes. “Yo a mis hijos siempre les enseñé respeto. Y a veces ellos me decían: ´Mami nos meten cada cachetazo cuando estamos en la esquina´, y yo les decía: respeten. O a veces les decía quédense en casa, pero con  20 y 21 años, no los puedo tener atados acá en mi casa. Ellos tienen que salir, como yo también anduve a los 18,19”.
Ezequiel relata: “Cuando nosotros éramos chicos empezábamos a juntarnos y a caminar. Por ahí salíamos de acá a un cyber y a cualquier lado era pararnos, y hablarnos mal. Por el sólo hecho de salir de acá. A mí me gusta la ropa deportiva, y todos los días era pararnos, hacernos sacar las zapatillas. Nos conocían. Todos los días nos paraban los mismos”.

El “hecho de salir” se volvía un conflicto en la adolescencia de Ezequiel y Pela. Ezequiel nos comparte la frontera, como límite, que se siente entre el adentro y el afuera: “uno acá dice salir afuera y no es salir afuera, es la misma ciudad. Y uno lo dice, y no estamos saliendo afuera de nada, es una cuadra más, pero es afuera para nosotros”. Ese afuera tiene que ver con el desprecio que sienten al salir: “yo siento que hay un odio de afuera para adentro. Me acuerdo de caminar y escuchar ´a estos hay que matarlos a todos´. Y yo estaba caminando, no había hecho nada”. Ezequiel relata desde la costumbre, pero también desde el desconcierto de quien es el destinatario del odio de “los de afuera”.  “Hay personas que lo agarran para el rencor, a mí me dan más ganas de demostrar que yo no soy así”. En esa manera simple de contar algo tan doloroso, puede notarse la sensación de vivir dentro de un guetto. Lo más tremendo, seguramente, es que todos lo tengamos naturalizado. Los de adentro y los de afuera. Por eso es valioso que Ezequiel lo ponga en palabras, que quizá sea la mejor manera de desnaturalizarlo.

Mientras gira el mate, la charla se da distendida. Ya casi sin hacer preguntas, sino que cada quien va sumando recuerdos, anécdotas, armando un relato que nos acerca quién fue Pela, cómo era con sus seres queridos, y por qué se lo extraña tanto, además de pintar un panorama del rol de las fuerzas de seguridad en la villa.
Rosa, como tantas madres, se quiebra y llora cuando cuenta sobre la adicción de su hijo. Ezequiel agrega: “acá lamentablemente hubo muchas muertes así, a mí lo de Pela me lo contó mi sobrino, como si fuera una muerte más. Y para mí no era una muerte más . Era mi amigo”. Y reflexiona: “ahora es distinto. Los pibes juegan a la pelota. Antes todos pasaban por la droga. Ahora hay canchitas, está la parroquia”.
Matías, primo de Pela, sigue hablando de cómo los trata a diario la policía “yo no consumo, pero me paro en la esquina a tomar una cerveza y varias veces (los policías) pasan, te miran, y yo nunca me quedé, porque yo sé mis derechos también. Yo me puedo quedar ahí tranquilo a tomar una cerveza” y denuncia: “varias veces que te revisan apuntan con armas todo. Yo lo que noto es que hay mucho abuso de autoridad”. Rosa hace una diferencia entre aquellos tiempos de Pela y sus amigos adolescentes, con el hoy: “ahora ya no nos callamos más, les decimos. Hay muchas denuncias contra ellos, por eso se calmaron. Ya hasta a los grandes le pasa”. También Ezequiel cuenta: “hoy en día al menos a mí no me joden, pero antes era salir y ´sacate las zapatillas´, ´sacate las plantillas´ y por ahí pasaba otro pibe que era igual que yo pero era de afuera, y no pasaba nada. Hasta que yo pensé que era algo normal, y no era algo natural. Pero bueno… todos los días nos veían y nos paraban. Ya nos sacabamos las zapatillas antes de que nos pararan”.

Esa semana 

A Marcelo Montenegro lo asesinan en la madrugada del Sábado 7 de julio del 2012. Iba en un Twingo denunciado como robado junto a Nahuel Maturano. No estaban armados. La policía los persiguió, la policía les disparó, uno de los disparos entró por atrás en el asiento del acompañante en el que iba el Pela, y fue el que le causó la muerte. El auto chocó en Piedrabuena y Saraza. Pasaron casi 5 años, pero Rosa recuerda los días de esa semana y los relata como si hubieran sucedido ayer. 

“Me acuerdo el lunes de esa semana. Le digo se están portando re bien los tres. Vamos a ir y les voy a regalar unas zapatillas a los tres”. Los tres son sus tres hijos. “Ese día nos fuimos a comprar a Liniers, nos hemos reido, estabamos re bien los tres ese lunes”. El martes el Pela estaba más o menos, Rosa pensaba, por lo que charlaba con amigos y familia, que tal vez el Pela tenía abstinencia, necesitaba consumir. El jueves se fue, salió: “vino para acá y se puso las zapatillas, y me dijo voy a la esquina así le muestro las llantas que tengo. Esa semana se sacaba fotos de todos lados, ponía en el Facebook. Me dijo ahí vengo, ahí vengo”. Rosa no quería que el Pela se llevara las zapatillas, porque algunas vecinas ya la habían alertado: “hay unos hombres allá atrás que venden coso, por las zapatillas les están pidiendo, así le dan a cambio droga”. Al día siguiente, el viernes, Pela pasó por su casa, y Rosa intentó hacerlo entrar, pero no lo consiguió. “Voy a la esquina, me estoy portando bien. Me dice: ‘Mirá má, te dejo el manojo de llaves y a la noche vengo a dormir’”. Rosa señala la foto inmensa que está en el comedor y nos dice: “ven, así siempre llevaba las llaves colgadas. Dejó el manojo de llaves, salió corriendo y se reía. Y ahí quedamos…”. El ahí quedamos es, en este caso, terriblemente literal.

El día del asesinato

“Alguien pasó a la madrugada y me dice parece que el Pela cayó preso. Al ratito vino mi hermano y me dice: ‘Rosi, fíjate que el Pela cayó preso con el chinito’. Yo no sabía ni quién era el chinito”, empieza Rosa a reconstruir esa madrugada. Llamó varias veces a la comisaría 48 pero le dijeron que allí no había nadie. Que llame más tarde. Ezequiel, su sobrino esa mañana de Sábado le insistía para ir a comprar, con la tarjeta de crédito, un celular. Hasta que la convenció. “Vamos porque tengo que ir a ver a Pela, que no sé qué le pasó”. Hasta ahí pensaba, como le habían dicho, tal vez estaría preso. Rosa recuerda que regresando de comprar el celular, apurada para ir a ver qué pasaba con su hijo como el colectivo 5 tardaba mucho le preguntó al colectivero qué había pasado y le respondió “hubo un choque, un coche encastrado en una pared”. Ese coche, Rosa aún no lo sabía,  era el Twingo en el que iban Pela y Nahuel. Cuando llegó de regreso a su casa confirmó lo peor. “Estaba la Gaby, la Ethel y me dicen ‘vino la mamá del chinito y dejó dicho que parece que a Pela lo mataron. Andá a la comisaría’”. Ahí fue, en el auto de su vecina Gaby.

Rosa y Mía se abrazan frente a la esquina del asesinato.

La espera y el silencio en la comisaría 48

“Cuando llego, pregunto por mi hijo y me decían que espere sentada. A toda la gente que iba la atendían rápido, y a mí no. Escuché que una señora decía: ´hay que matarlos a esos villeros, está bien que esté muerto´. Entonces me altero y empiezo a preguntar otra vez: ´yo quiero saber dónde está mi hijo porque el pibe está acá, Y dónde está mi hijo. Si dice que está con chinito. El chinito esta acá y dónde está mi hijo’”. En eso llegó una ambulancia a la comisaría, Rosa sigue el relato con cada detalle. “La doctora me lleva para la cocina, y cuando entro había un montón de policías ahí adentro de la cocina. Y todavía sin darme cuenta, uno me dice: ´¿qué le pasó a la señora que está así?´ Y yo todavía le contesté y le dije, parece a mi hijo le pasó algo, parece que lo mataron a mi hijo. ´Si le paso algo le van a decir, quédese tranquila´”, Rosa cuenta esta situación, y parece volver a sorprenderse con el cinismo de ese oficial; cinismo del que esa noche, en medio de la desesperación, no se percató. “La doctora me dio una pastilla, me hice la que tomé porque ni tomé la pastilla esa que me dio. Me di la vuelta y ahí salí, atrás de ellos (los policías). Ahí nadie habló nada. Nadie dijo nada”. Lo único que hicieron en algún momento, ante su desesperación, fue gritar: “¿Qué están diciendo que acá hay un muerto? Acá no hay ningún muerto”.  Rosa se fue de la comisaría 48 sin que nadie le dijera nada. Y a las las 8 o 9 de la noche llegó un llamado.

“La llamaron a mi sobrina y a mi sobrino, y les dijeron que tenían que ir a reconocer un cuerpo. Fuimos nosotros a la morgue. Nos dijeron que tenía un disparo en el tórax y cuando dicen que tenía unas letras góticas y un tatuaje que decía ‘Rosa´, ahí supe que era él. Tenía un tiro en la boca y otro en el cuello. Un rato después viene un policía y me pregunta ´su hijo se llama Maturano Nahuel?´, ´No´. ‘Ay, disculpe señora, pero tiene que hacer todos los papeles de nuevo´. Una vergüenza. Y hasta me hicieron ir a reconocer el cuerpo de nuevo… Le pregunté al Señor ¿Qué pasa? si el es un pibe bueno, no andaba con armas, ni nada”. Lo que había pasado allí no es sencillo de creer, aunque sí de explicar: el Pela estaba muerto pero figuraba con el nombre de su amigo, que había sobrevivido.
Luego de la noche del velorio, su hija le dijo: “Mamá, a Pela lo mató yuta, pumm”, “y ahí se me aclaró todo, gracias a Dios”, recuerda Rosa.

Testigos y amenazas

Hubo una persona que dice haber visto todo, pero no quiere declarar. Las cosas no son sencillas cuando los implicados son los integrantes de las fuerzas de seguridad. Pero a Rosa le contó que estaba esperando a su hijo y se escuchó el estruendo del choque. Que salió a mirar y escuchó varios disparos, vidrios rotos y puteadas de la policìa, y que después llegó la ambulancia. También dice haber visto que a Pela una zapatilla le quedó adentro del auto y que tenía la ropa cortajeada, por lo cual intuye que lo sacaron a la rastra del auto. “Después fui con una asistente social al Santojanni, y no me querían dar informes de cómo había entrado mi hijo. Ahí empecé a buscar abogado”, relata Rosa.
“A los días me empezaron a llamar unos tipos al celular, haciéndose pasar por paraguayos y querían sacarme datos de Marcelo, decìan que querían darle trabajo. Y yo les dije que a mi hijo lo mató la policìa. Después me llamaron amenazando, diciendo que sabían dónde vivía yo”.
El auto en el que iba Pela cuando lo mataron estuvo varios días en el mismo lugar,  “cuando voy a ver el auto, ahí en Piedrabuena, vino un patrullero y me miraba fijo, mientras yo sacaba fotos. Fui a hacer la denuncia por amenazas (no a la Comisarìa 48 porque se que ahí te la borran), fuimos a la fiscalìa. A los días llega uno de la 48 y me dice: `cualquier cosita que necesites vos llamá que te atendemos. Lo que necesites, llamás urgente a los trinomios’, y me querían hacer firmar un papel. Me niego a firmar y al entrar llamo a la abogada, que me dijo que no firme. Al otro día tenía todo el pasillo lleno de gendarmes. Un año y medio tuvimos a los gendarmes en la puerta, me querían acompañar a todos lados. Y no dejaban pasar a los policías de la 48. Yo les peleaba. Hasta un día me dijeron que deje la ventana abierta para saber si estaba durmiendo”.

Familia y amigos del Pela en la esquina donde lo mataron.

Así, entre amenazas y gendarmes “cuidandola”, pasaba Rosa los días luego de que la policía asesinara al Pela. Habiéndose convertido en investigadora de la propia muerte de su hijo, porque al igual que en otros casos como éste, el Estado no se esmera en buscar pruebas de los asesinatos de pibes de las villas a manos de las fuerzas de seguridad. Y las madres se convierten en el motor incansable. Consiguen pruebas, testigos, abogados que asuman las causas con compromiso.
Rosa habla del apoyo que le dio la Asociacion Miguel Bru y su familia, que es numerosa. Pero no siempre pueden ir a las audiencias del juicio que se está desarrollando, porque son en horarios laborales. Ezequiel, su amigo de toda la vida, también dice le gustaría ir pero trabaja en una fábrica y se le complica. Antes de terminar esta extensa charla, volvemos al recuerdo de Pela, que nos ronda durante las casi dos horas de conversación. Le gustaba mirar los rankings, la salsa, la cumbia colombiana y el rock nacional (Callejeros, Viejas Locas) porque, como nos recuerda Ezequiel, el barrio en el que se criaron juntos es muy musical.
La Oculta sigue llena de policías. Los trinomios que llegaron en 2012 aún patrullan las calles del guetto. “Yo con la policía mucho no me llevo. No porque sea un delincuente ni nada, pero yo en ellos la verdad es que no confío. No me interesa nada con ellos”, termina Ezequiel.
El juicio por el asesinato del Pela se está desarrollando. Los jueces que integran el Tribunal Oral N° 30, Guillermo Enrique Freile, Luis María Rizzi y Marcela Monica Rodriguez, tienen en sus manos la posibilidad de fallar y condenar a Emmanuel Alejandro Díaz, Mario Nicolás Medina y Diego Marcelo Calderón, los tres policías imputados como coautores penalmente responsables del homicidio culposo de Marcelo Montenegro. Hoy se desarrollaron los alegatos de la fiscalía y la defensa. Que los condenen es urgente y necesario. Por el Pela, por Ezequiel, por Matías, por todos los pibes que mataron, y por todos los pibes a los que hostigan, a diario, en los pasillos de cualquier barrio.

*FM La Caterva, FM Riachuelo, Radio Gráfica, La Retaguardia, Agencia Paco Urondo, Sur Capitalino

Etiquetado como:

Opiniones

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos obligatorios están marcados con *