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Franco Zárate, morir por xenofobia

Escrito por el febrero 9, 2015


Franco Zárate tenía 19 años. Sus
familiares acusados y el asesino, libre.

(Por La Retaguardia) Para los medios tradicionales de comunicación las noticias policiales son centrales. Hasta queda lugar para las reconstrucciones de los crímenes en los estudios de TV. Hoy todos somos peritos. Sin embargo, alguna noticias pasan de largo o son reflejadas solo por algunos de esos medios. Es el caso del asesinato de Franco Zárate, un joven boliviano que fue asesinado por el kiosquero Gualberto Ximenez, tras una discusión que sostuvieron cuando el chico de 19 años fue a comprar cervezas juntos a su padre y su primo. El hecho ocurrió en el barrio porteño de Mataderos. Sus familiares y amigos visitaron La Retaguardia para contar todos los detalles. Una historia que refleja cómo, para la justicia, las victimas terminan judicializadas y los victimarios libres.



El primero que toma la voz en el relato es Mayer Zárate, primo de Franco. Lo hace todavía dominado por la indignación. Esa tranquilidad que es reconocible en buena parte de la comunidad boliviana, se ve trastocada por el asesinato de Zárate y por el contenido racista que voló en la bala que Ximenez disparó contra Gastón. Mayer relata los hechos: “esto ocurrió el viernes 23 promediando la 01:30,  01:45 de la mañana. Mi tío Elvis, mi primo Franco y mi hermano Aldo se dirigen con el auto a comprar al kiosco. Se bajan Franco y Aldo. Había otro cliente comprando y cuando se retira, ellos se acercan y el kiosquero le quiere vender cerveza y gaseosas al doble del precio que se lo había vendido al anterior. Ahí es donde surge la discusión. Imaginate, estás atrás, esperando que el otro termine de comprar… Empieza la discusión y terminan en un cruce de palabras, de palabras. A todo esto, sin tener éxito con la compra, deciden retirarse para ir a otro lugar. Franco y Aldo suben al auto y cierran la puerta. Ahí es cuando sale el kiosquero, se acerca al auto y le propina una trompada en la nariz. Ahí Aldo sale del auto para calmarlo; ya en ese momento se había percatado de que estaba armado. Tan fuerte fue la trompada que lo dejó aturdido; cuando reacciona, ve su mano con sangre y como un reflejo, como respuesta a esa agresión, sale del auto para abalanzársele. Es ahí cuando directamente le dispara en el pecho. Cae desvanecido impactando con el suelo. Se baja mi tío, piden una ambulancia; sale una señora —entiendo que la esposa— y se meten (al local) y se encierran. Llevan a Franco al Santojanni, entra a la guardia, y comunican que ya había fallecido. Mientras tanto, el kiosquero, hábilmente, se dirige a la comisaría para hacer la denuncia por robo.

Mayer, primo de Franco, relatando el
hecho en Radio La Retaguardia.

Después del desgarro, el llanto, el dolor, mi tío decide ir a la comisaría para hacer la denuncia correspondiente. Se le acerca un oficial y le dice: ‘Vení conmigo, llevame al lugar del hecho y después vamos a la comisaría’. Mi tío accede, se mete al patrullero, pero nunca terminan yendo al lugar. Llegan a la comisaría, entiendo que les va a tomar la declaración; no solamente no le toman la denuncia, sino que directamente lo detienen, le ponen las esposas y lo meten en la celda”. El comerciante los había acusado por intento de robo. No es un dato menor en este punto, que el local vendiera alcohol a pesar de la prohibición que rige en la CABA entre las 23 y las 8. Es difícil suponer que un kiosco mantenga una cola de espera en su vereda si no vende alcohol a la 1 de la mañana en una calle poco transitada. También es fácil pensar que la policía no solo está enterada, sino que brinda algún tipo de protección para que estos lugares funcionen en la ilegalidad.
Mayer retoma casi sin respirar y se refiere a la acusación por intento de robo: “independientemente de esa versión, tomarte la declaración es un derecho constitucional, es el proceso habitual que tienen que efectuar los policías. Mi hermano se había ido a la casa para avisarle a mi tía, va a la comisaría y también queda detenido. Después los llevan a Tribunales, ya nadie entendía nada. Yo llego a las 4 de la mañana a la comisaría; no sabía que era él en ese momento. Yo necesitaba saber qué pasaba con mi hermano, pensé que estaba adentro declarando, pero no me querían informar. No entendía que estaba queriendo hacer la Policía. El sábado es el velorio, el domingo, el entierro. Después nos enteramos que el kioskero sigue libre”.
El mismo viernes al mediodía presentaron el pedido de excarcelación y el sábado a las 6 de la mañana, Elvis y Aldo quedaron libres, “pero todavía están con una causa por intento de robo —aclara rápidamente Mayer—. Primero, no tenía armas, tampoco lo que supuestamente robó. Es como que hicieron tiempo para tratar de armar todo. Es una apreciación personal, después todo se remitirá al Juzgado”, dice confiando en la justicia a pesar de que la historia comenzó tan mal.

Pólvora y racismo

Iber Mamani es uno de los amigos que acompañan a los familiares. Vienen de recorrer solo radios de la comunidad. La Retaguardia es el primer medio que visitan que no pertenece a la comunidad boliviana. “quería recalcar lo que dijo Mayer. Hubo un cruce de palabras, de insultos xenófobos. Ahí fue cuando empezó ya la discusión. La respuesta del kiosquero fue: ‘Te la vendo a cuarenta pesos. Si no querés, andá a comprar a otro lado, bolita’ y ‘Es más, agradecé que te estoy vendiendo’. Aclaremos que el kiosquero estaba en su negocio, detrás de las rejas, y él declara que ellos lo habían golpeado; en ningún momento hubo una agresión de ellos. Los bolivianos son muy sumisos, humildes y porque saben cómo es la policía con ellos, prefieren irse. Pero Aldo no, se crió acá y cree en las cosas van a cambiar. Le devuelve las palabras, le dice: ‘Racista, yo estoy en mi tierra, así que puedo andar por donde quiero’. El tipo se queda medio caliente por esto, como diciendo ‘encima responde’. Entonces, cuando se van para el auto, sale del kiosco y, como la ventana del lado de Franco estaba baja, directamente le pega. Fue la calentura del kiosquero de ‘este bolita me respondió’. La reacción de Franco fue la de cualquier persona a la que le están pegando, y él tipo directamente la pistola y le pega un tiro en el pecho. Aldo me contaba que el tipo se mete cagándose de la risa, como festejando lo que hizo. Después, la mentira de la Policía, cuando les dicen que van a llevarlos a la comisaría a hacer la denuncia; los agarran, los meten presos sin tomarles declaración. Esa es una de las cosas que más bronca me da como boliviano viviendo en Argentina”.
Mayer agrega lo suyo respecto a la ausencia de arrepentimiento de parte de Ximenez: “el viernes al mediodía, cuando el abogado solicita la excarcelación, nos hace mención de eso. No sé si cagándose de risa, pero haciendo un gesto de impunidad, como que tuviese toda la seguridad de que esto iba a quedar así. Eso es lo que nos dio mucha bronca e hizo que nos movilizáramos dentro del poco tiempo que teníamos”.

La escena en la comisaría

Mayer Zárate es detallista. No quiere olvidar ningún dato. Por eso retoma para dar cuenta de qué vio cuándo se acercó aquella madrugada a la comisaría: “yo me acerqué tres horas después del hecho. En la comisaría hay una habitación, ahí estaba el asesino, me imagino que haciendo su declaración. Pero en ningún momento vi a mi hermano ni a mi tío. Pensé que podrían estar en otra oficina declarando, pero nada. Me acercaba, y me decían: ‘Quedate ahí, te voy a llamar’. Tenía a mi tía tirada en el piso, arrodillada, llorando. Trato de darle un poco de agua. Pido otra vez que se acerque alguien, y nada. Me siento en la silla mirando hacia arriba con los ojos cerrados. Lo primero que digo que digo es: ‘Por favor, que no sea lo que estoy pensando’. Tal cual… terminan siendo ellos los imputados. Me acuerdo otra vez y ahí caí en la cuenta. Se excusaban delegando todo al Juzgado: ‘Acá no tenemos nada más que decirte’. En el Juzgado me termino enterando de que nunca le tomaron declaración. En la comisaría te dicen que ellos no hacen nada, hacen lo que el juez les diga. Pero todos sabemos que el primer funcionario es el policía, el juez nunca va a estar en todos los hechos. El policía es quien tiene que hacer el sumario, es el primer instrumento que surge de cualquier hecho delictivo. Si no ponés en el sumario tal cual fueron las cosas… Me dijeron: ‘El juez nunca me ordenó detenerlo’. Es la primera vez que pasa; siempre, por más que dispare en defensa propia, termina detenido. Pero ¿cómo querés esperar que el juez te ordene la detención si vos no informaste? Es más, creo que nunca informaron el homicidio”, asegura, desconfiando de cada paso policial.

La policía y la xenofobia

Todos coinciden en que la policía los mira con prejuicio cuando andan por la calle. Iber es quien mejor lo expresa: “yo lo vivo desde chico: sos morocho, tenés esta pinta, te vestís así. De alguna manera, te persiguen. Me han apuntado cuando tenía 14 años. Iba a Gimnasia con un compañero, nos apuntaron pensando que éramos delincuentes porque éramos morochos, teníamos pelo corto. También viví un hecho con la Policía que sucedió el año pasado. Con mi hermano fuimos a ver un partido entre Holanda y Costa Rica. Alrededor de las diez de la noche, cruzando Rivadavia y General Paz, nos detienen. Mi hermano tiene un coche ‘bueno’. Nos detienen diciendo como diciendo: ‘¿Qué hacen estos dos negros con este auto? Son chorros’. No nos piden papeles ni documentos, directamente nos bajan del auto y nos empiezan a golpear y a querer poner las esposas. Yo reacciono: ‘¿Por qué me detenés?’, y me empiezan a golpear. De defiendo y me golpean más, me tiran al piso, un policía se cae, me peleo con él, y entre cinco me empiezan a patear. Me llegaron a poner las esposas, me pisaron la cabeza y me insultaban con insultos xenófobos, y yo también les respondía, porque no me voy a callar. Me siguieron pegando, hasta que me desmayé. Me rompieron la nariz, la boca. Mi hermano me cuenta que pasó como una hora, no llamaron a nadie. Vinieron otros dos oficiales y lo levantan a mi hermano y le preguntan qué pasó. Mi hermano les dice: ‘Nos detuvieron, no nos pidieron papeles ni nada, directamente nos empezaron a agredir’. ‘Mostrame los papeles, los documentos’. Mi hermano les mostró todo, hasta les dijimos que revisara el auto, que no tiene nada. El policía le dijo a mi hermano: ‘Mirá, flaco, tenés dos opciones: o los hacemos boleta o te vas con tu hermano y acá no pasó nada. Vos elegís’. Mi hermano, me levanta del piso y nos vamos para mi casa. Mi hermano y mis padres, por el miedo, tampoco querían hacer la denuncia. Esto sucedió con los policías de la comisaría 44, de Liniers. Durante una semana yo no pude caminar, mi hermano se movió y fue a Comodoro Py a realizar la denuncia. Aclaró que enfrente está el bingo de Ciudadela, con cámaras, que las pidan y que vean que esto sucedió. No lo escucharon, hasta hoy en día no recibimos respuesta de parte de la justicia. Estos policías siguen rodando por ahí”.

A la calle a pedir justicia

Una de las movilizaciones para reclamar
justicia por Franco Zárate

Brian Ayaviri también es primo de Franco. Su relato de cómo se enteró del hecho revela la indignación no solo por el hecho sino también por la actitud posterior de Ximenez: “me enteré el viernes a las 7, 8 de la mañana. Salí del trabajo, fui directamente a la casa de mi tía para saber si era cierto porque no lo creía. Me contaron cierta información, cómo fue la cosa, pero lo que yo quería era ver a mi primo. Cuando el sábado salieron mi tío mi primo, no nos importó nada, no tomamos en cuenta nada del tema de este asesino; nos preocupamos primero por velar el cuerpo, el domingo hicimos el entierro, y después, el domingo a la tarde, cuando estaban todos los familiares reunidos, habló mi primo Aldo y contó cómo fueron las cosas. Con la bronca e indignación de saber que este señor después de declarar había salido riéndose, nos movilizó más, porque una persona después de matar a alguien tiene que tener algún gesto de arrepentimiento. El domingo a la tarde nos organizamos con los familiares y amigos, fuimos a las radios de la colectividad para difundir lo que pasó, cómo pasó, también el lunes a la mañana y a la tarde nos reunimos y escrachamos el kiosco, justo en la esquina de Bragado y Basualdo. Imprimimos unos folletos con un poco de información para repartir a los vecinos y que nos digan cómo es este sujeto. Porque nosotros sospechamos desde un principio: si la Policía comete estas irregularidades, algo pasa. Los vecinos por su propia cuenta se acercaban preguntando qué pasó. Nos organizamos divididos en dos grupos: unos imprimían los folletos, otros iban a hablar, escrachar el lugar. Fuimos recaudando información de este sujeto, nos dijeron que tenía tres o cuatro autos que estaban estacionados ahí. Nuestra idea era escrachar el lugar y hacer una manifestación pacífica. Después pintamos un auto. Otro grupo de la colectividad boliviana se sumó y rompió los vidrios del auto. Pero los paramos porque le dijimos que era algo pacífico; podía perjudicar a mi tío y a mi primo porque siguen imputados. El viernes de esa semana hicimos otra manifestación, pero esta vez en la comisaría 42, en Lisandro de la Torre y Directorio, para repudiar el mal accionar de la policía.

Franco tenía 19 años, recién había terminado el colegio el año pasado en el Comercial 32. Este año se iba a anotar en la UTN para estudiar Sistemas. Ya no podrá hacerlo. El kiosquero continúa libre.

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