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Juicio a las Juntas Militares, los primeros testimonios del horror

Escrito por el junio 7, 2014


(Por La Retaguardia) Esta semana, la Corte Suprema de Justicia rebautizó con el nombre de Salón de los Derechos Humanos la sala donde hace 29 años se llevó adelante el juicio a parte de las cúpulas militares de la última dictadura cívico militar. Dialogamos sobre los alcances de aquel juicio con Víctor Basterra, sobreviviente y testigo en esa causa, y Maco Somigliana, que si bien es reconocido como uno de los integrantes del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), en aquel momento formaba parte del equipo de la fiscalía.

El Juicio a las Juntas, ¿hizo historia? ¿Levantó la teoría de los dos demonios? ¿Cuál fue su importancia en el posterior camino de juzgamiento por estos crímenes reiniciado primero con los Juicios por la Verdad y luego, tras la derogación de las leyes de impunidad, con los procesos actuales? ¿Qué sensaciones y recuerdos quedaron en los protagonistas de aquellas audiencias? Estos fueron algunos de los interrogantes que sobrevolaron la charla con Víctor Basterra y Maco Somigliana, testigo e integrante del equipo de la fiscalía respectivamente y, desde entonces, amigos.
“Para muchos de nosotros fue contradictorio”, afirmó Basterra y explicó: “era juzgar solamente a las cúpulas militares, y únicamente se condenó a una sola cúpula, no olvidemos que acá hubo más de un presidente de facto. En todas las juntas hubo secuestros, desapariciones, torturas, persecuciones, porque durante ocho años el accionar del Terrorismo de Estado fue constante. Solamente se juzgó a una junta”.
“Políticamente también lo considero muy contradictorio –continuó– porque preparó un poco el terreno para lo que vino después que fueron las leyes de punto final y obediencia debida, porque desde las más altas cumbres de la justicia se juzgaba solamente a los primeros responsables, pero hubo un montón, y a ellos no se los juzgó y se los dejó libres. Los tipos que venían abajo habían obedecido, todos habían metido la mano en la historia, hasta el último cabo, porque nadie obligaba al último cabo a violar a una compañera… pero lo hacía igual, seamos realistas. Tampoco los obligaban específicamente a que nos caguen a palos a los prisioneros como lo hacían, eran unos pibes que tenían 17, 18, 19 años, yo tenía otra mirada sobre esa responsabilidad”.
Sin embargo, Basterra remarcó, en diálogo con Oral y Público, que ya en aquel momento se veía a este juicio como un hito importante para el futuro porque instalaba lo que había pasado durante el Terrorismo de Estado, lo visibilizaba: “además se comenzó a establecer quién estaba de un lado y quién del otro”, agregó.
Basterra señaló que la contradicción también pasaba por su propio razonamiento: “por un lado yo estaba avalando ese juicio haciendo las declaraciones que hacía, lo estaba legitimando. Eso es lo contradictorio”.
Al ser consultado acerca de si en este juicio se legitimó de alguna manera la teoría de los dos demonios, el sobreviviente de la ESMA reflexionó: “digamos que se agarraron mucho de eso, fundamentalmente de la obediencia debida. Establecieron que había una camarilla de perpetradores de determinados males para la sociedad, que estaba reducido a un pequeño grupo de personas, que era un gran grupo de personas. Respecto a la teoría de los dos demonios, yo fui testigo ahí, las preguntas que me hacían los abogados de los imputados de alguna forma son las mismas preguntas que me han hecho a lo largo del tiempo: en qué organización estaba, si yo era partidario de la violencia… no sé, buscaban endilgarle a uno cosas que nunca habían pasado por su cabeza”.
En este sentido, Basterra aseveró que en este juicio fue difícil para los testigos asumir su militancia política, ya que de alguna manera para la sociedad de aquel momento había víctimas inocentes y víctimas culpables, en función de si habían formado parte de alguna organización: “en mi caso, yo siempre dije que había sido un activista, un militante pero del Peronismo de Base (PB), no nombraba a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), de las que yo era integrante. Desde ya que me cabían las generales de la ley en ese momento, seguramente, no olvidemos que posteriormente vinieron los indultos. No olvidemos que hubo compañeras como Graciela Daleo que rechazaron ese indulto, y ella estaba en Uruguay, estaba escapada de alguna forma”.
Cabe recordar que los indultos no fueron solo para los militares genocidas, sino también para algunos cuadros de organizaciones armadas que estaban siendo requeridos por la justicia: “esto se evidenció sobre todo con esa mirada de reconciliación de (Carlos) Menem, por ejemplo, y dio lugar a ese rechazo por parte de algunos compañeros a esos indultos. Ellos eran beneficiados pero lo rechazaban igual porque no podían ponerse al mismo nivel que los genocidas”.

Dar voz a las víctimas

Carlos “Maco” Somigliana

En el marco del juicio a las juntas, Basterra conoció a Carlos Somigliana. Maco, como le dicen quienes lo conocen, es hoy integrante del Equipo Argentino de Antropología Forense, pero que en 1985, con apenas 24 años, trabajaba en la fiscalía de la Cámara Federal, como parte del equipo que comandaba Julio Strassera. Para él, el desarrollo del Juicio a las Juntas tuvo muchas significaciones: “creo que fue la primera vez que de una manera tan pública y con todos los inconvenientes que traía aparejado y todos los prejuicios que había respecto a lo que el juicio tenía o no tenía que ser, diría que el día que empezaron los testimonios propiamente dichos empezó el juicio, empezó a mostrarse algo que no se mostraba, que se ocultaba hacía mucho tiempo. Incluso los que programaron hacerlo, no pensaron que iba a llegar a ser tanto, se les fue de las manos, me parece que la realidad entró en ese juicio y generó una cosa impensable. Insisto, a pesar de todos los a priori con los que se inició”, afirmó en diálogo con Oral y Público.
En relación a cierta estigmatización que existía en aquel momento para con la militancia, Somigliana manifestó: “creo que eso fue uno de los escalones donde empezó a verse un movimiento respecto a esa concepción. De todos modos, una cuestión esencial en lo que a reconstrucción histórica se refiere que es el tema de la militancia, estaba ausente en el juicio, era de lo que se trataba de no hablar. Por un lado era la justificación de los defensores, haciendo pie en que eran militantes, y obviamente para los testigos era una situación muy incómoda porque eventualmente les podían iniciar un proceso penal en contra, entonces ese era el terreno peligroso, por llamarlo de alguna manera”.
Respecto al trabajo que llevó adelante durante el juicio, Somigliana aseguró que fue uno de los más hermosos que hizo en su vida: “nosotros hablábamos con los testigos, como Víctor. Antes y para todos era algo novedoso poder decir públicamente lo que había pasado, porque casi todos los testimonios que se habían dicho hasta ese momento eran escritos, no se habían hechos públicos, salvo en el caso más conocido de Adriana Calvo que había formado parte del programa donde se había presentado el Nunca Más, pero la mayoría de los testimonios no se conocían. Entonces se generaba una relación de mucha cercanía, complicidad, amistad repentina con los testigos y uno sentía que para los testigos el tenerte cerca en el momento en que estaban ahí frente a los jueces, con tres o cuatro defensores de un lado, el hecho de tener alguien conocido, con quien hablaron antes, al lado era como algo que te permitía hacer pie en momento difíciles”.

Piedra de toque

El Juicio a las Juntas no fue el primer lugar donde Basterra declaró: “ya lo había hecho en julio de 1984 ante el juzgado número 30 del doctor (Juan) Cardinali. Fue mi primera intervención en sede judicial. Después declaré en otros juzgados porque los familiares cuando se enteraron muchos me pedían y habían radicado denuncias en los juzgados, entonces tuve que ir a varios lugares; después, en el 1985, sí declaré en el Juicio a las Juntas”.
Según recordó Basterra, la principal necesidad que tenía era poder contar lo que le había pasado a él y a sus compañeros. En este sentido, coincidió con su “querido Maco” en que la presencia del equipo de la fiscalía era como una piedra de toque: “uno sabía que tenía un poco la espalda cuidada, después uno salía a la calle y estaba solo como un perro, y además todavía no estaba bien visto el sobreviviente. Pero en general uno tenía necesidad de poner en evidencia qué es lo que había pasado. Es cierto que de alguna forma ahí comenzó ese llamado a la sociedad para que no mire para otro lado, comenzó a llegarle el golpecito en la espalda”.
Jorge Luis Borges estuvo presente el día de la declaración de Basterra en ese juicio. Tal como confirmó en un texto posterior, fue la primera y última vez que el escritor asistió a un juicio oral: “Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de tortura cotidiana. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha. No había odio en su voz (…). Ante el fiscal y ante nosotros, enumeraba con valentía y con precisión los castigos corporales que fueron su pan nuestro de cada día. Doscientas personas lo oíamos, pero sentí que estaba en la cárcel. Lo más terrible de una cárcel es que quienes entraron en ella no pueden salir nunca. De éste o del otro lado de los barrotes siguen estando presos. El encarcelado y el carcelero acaban por ser uno. Stevenson creía que la crueldad es el pecado capital; ejercerlo o sufrirlo es alcanzar una suerte de horrible insensibilidad o inocencia. Los réprobos se confunden con sus demonios, el mártir con el que ha encendido la pira. La cárcel es, de hecho, infinita”, es tan solo un fragmento del texto “Lunes, 22 de julio de 1985”.
“Creo que las declaraciones de Borges tuvieron que ver con haber presenciado un horror, – reflexionó al respecto Somigliana– descendido a un horror, incluso de haberlo descubierto. Creo que el juicio para mucha gente fue la posibilidad de haberse dado cuenta de lo que había pasado muchas veces cerca de uno, al lado, y que uno había hecho, consciente o inconscientemente, todo lo posible para no impregnarse de ese horror. Pero el juicio fue una de las primeras instancias en las que ese horror quedó plasmado, e incluso diría, siendo bastante bestia, esta sociedad empezó a perder la posibilidad de hacerse la boluda, pensar que eso no pasaba o no podía pasar, o que no había pasado o tenía algún tipo de justificación. Me parece que puso en movimiento algo que después ya no se pudo parar, tuvo sus enormes e impresionantes esfuerzos por ser parado pero no pudo, siguió y siguió”.
En este punto, se le consultó si podríamos tener los actuales juicios de lesa humanidad si no hubiera existido el Juicio a las Juntas. Al respecto, Somigliana remarcó que “hacer historia contrafáctica es muy difícil”, pero que cree que no, que seguramente el actual proceso de juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar no existiría como tal sin aquel Juicio a las Juntas Militares de 1985.

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